EL CERRO DEL MUERTO
LEYENDA DE AGUASCALIENTES, MEXICO
El cerro del Muerto es una montaña que forma parte de la sierra del Laurel, un ramal de la Sierra Madre Occidental, y que constituye un emblema de la ciudad de Aguascalientes, capital del estado del mismo nombre.
El cerro se encuentra al poniente de la ciudad, a una distancia aproximada de 10 km , y ofrece a las aguascalentenses su mejor vista al atardecer pues es conocido por sus coloridos ocasos, principalmente en los meses de agosto a octubre.
Su altura oscila los 2400 msnm de los cuales la más accesible es el "Picacho", que corresponde a los pies del muerto, ya que en su parte norte pasa la carretera federal Número 70 a Calvillo.
Entre las tradiciones más conocidas, se cuenta que bajo el cerro del muerto hay túneles, tiene varias entradas y que en las entrañas, guarda uno de los más grandes tesoros acumulados por los indios de la región, quienes asaltaban las caravanas de la ruta de la plata.
Otros aseguran que los tesoros no son de los indios, sino de Juan Chávez, bandolero famoso en la entidad y alrededores.
Lo cierto es que existen tanto a los alrededores del cerro como bajo la ciudad muchos túneles y socavones, la mayoría de los cuales, por falta de equipo adecuado no han sido explorados, prefiriendo simplemente taparlos.
Se sabe también de casos de personas que se aventuraron a explorarlas y no se volvió a saber de ellas.
Por lo que se cuenta, se especula que en sus túneles se encuentra una especie de hongo, y que al respirar sus esporas, éstas se alojan en los pulmones, y terminan asfixiando a la persona, o bien pierde el conocimiento y la memoria, pero nada ha sido comprobado.
No es la tradición sino la leyenda la que nos dice que establecidos los Chichimecas, los Chalcas, Nahuatlacas y tres sacerdotes extremadamente altos, fornidos y de aspecto majestuoso e imponente, cierto día, cuando el sol terminaba su tarea, a uno de los sacerdotes se le ocurrió bañarse en el charco de agua caliente de La Cantera; se tiró al agua y desapareció.
La leyenda dice también que este charco fue sembrado por otras tribus anteriores que de paso llegaron al lugar donde se encuentra; que aquellos hombres, de donde querían, sembraban agua; que hacían un hoyo, le ponían agua de sus guajes, medio almud de sal, lo tapaban y al transcurso de tres años era aquello un grandísimo manantial.
Los indios que acompañaban al sacerdote, desesperados por su desaparición, creyeron que les había sido arrebatado por los chalcas, y al momento corrieron a dar aviso a sus compañeros.
A consecuencia de lo ocurrido, al día siguiente principió una guerra con los chalcas, éstos se dispusieron a repeler el ataque en los furores de la batalla, en lo cruento de la lucha, aparece al frente el sacerdote perdido, quien fue atravesado por una flecha y en su fuga fue dejando tal huella de sangre que a la fecha se encuentra la tierra roja, debajo de donde cayera muerto, dejando sepultado con su cuerpo al pueblo chichimeca que le seguía formando con su cadáver el Cerro del Muerto que se ve al poniente de la ciudad.
Existe otra leyenda que narra como surgió El Cerro del Muerto.
Por Carlos Alberto Rodríguez Rdz.
Hace unos cientos de miles de años, por allá en los albores de la vida cuando la tierra apenas empezaba a enfriarse y las lluvias eran torrenciales, por la superficie de este mundo resonaban con firmeza las pisadas de gigantes que eran los amos y señores de todo lo creado, porque su inteligencia sobrepasaba el nivel de cualquier otra criatura del reino animal.
Su porte altivo; sus facciones tan finas y aristocráticas, que ni la Grecia Antigua vio seres tan perfectos y atléticos y bien proporcionados que no tenían par en el Universo.
Construyeron enormes ciudades y sus palacios no han sido siquiera soñados por el hombre moderno porque combinaron lo bello con lo práctico y lo cómodo con lo seguro.
A la par que la tierra, que les daba abundantes cosechas, cultivaban las Bellas Artes, porque su civilización era muy avanzada. Tan maravilloso era su sistema de vida que muchos todavía no creen que hayan existido. ¡Pero existieron! De eso no hay duda y basta con mirar al Cerro del Muerto para comprobar que todo fue verdad.
La guerra y el odio estaban ausentes de sus almas. Nunca, como entonces, la paz fue tan fraternal y duradera sobre la tierra. Así vivieron incontables siglos: amando todo cuanto les rodeaba. La naturaleza siempre pródiga, les daba todo. Pero… ¡ni siquiera en ese verdadero paraíso terrenal la dicha era eterna! Y así llegó el día en que todo tuvo que terminarse por un cataclismo geológico que la tierra ha experimentado infinidad de veces: temblores la sacudieron en convulsiones de muerte; desgarrando a su paso ciudades enteras con sus habitantes.
Al fin, volvieron la paz y la estabilidad, pero el mundo de los gigantes estaba casi totalmente destruido y su población asustada de que volviera a suceder algo semejante.
De entre los sobrevivientes quedó una joven pareja; Verlé, el príncipe del país del norte y que su nombre significa “Calientes Primaveras”, y Kirle la princesa de la ciudad del sur que significa “Aguas Cristalinas”.
Ellos fueron los elegidos para ir a hablar con Dios. Después de prepararse, llegaron a su presencia y el Señor les dijo:
-Aunque sé a que han venido quiero oírlo de sus labios.
-Nuestras ciudades han sido destruidas y somos muy pocos sobrevivientes.
-Ustedes tendrán que emigrar a otras tierras ya que lo que sucedió ahora, puede volver a suceder.
-Pero ¡Amamos nuestra tierra! Queremos seguir viviendo ahí.
-De quedarse, perecerán todos por falta de condiciones adecuadas.
-Señor; no queremos de forma alguna revelarnos, pero deseamos quedarnos ¿será posible?
-¡Sí!, pero se quedarán para toda la eternidad.
Al regresar a su tierra avisaron a los pocos que quedaban su decisión.
“Calientes Primaveras” se tendió en la tierra que tanto quería, con la cabeza hacia el Sur. “Aguas Cristalinas” colocó su cabeza frente a la de su esposo e inclinó un poco el cuerpo hacia el Suroeste. A la distancia, el resto de aquella raza de gigantes tomó la posición que mas le acomodaba, para esperar la eternidad.
Cuatro de los mas valientes caballeros que se llamaban: Galfo (Buena Tierra), Talt (Agua Clara), Kilse (Cielo Claro) y Machi (Gente Buena), hincaron una rodilla en tierra e inclinaron sus cabezas a esperar el final.
En esos momentos, un largo eclipse empezó a oscurecer la tierra, y cuando siete horas después volvió a aparecer el sol, no se veía por ninguna parte un ser viviente; los gigantes eran ya enormes cerros, de entre los cuales destacaban las figuras de los príncipes, vistos desde las estribaciones de la sierra de Guajolotes, en el punto que queda precisamente arriba del poblado que hoy se conoce como Pedregal Primero, sobre la carretera a Calvillo.
Desde la Ciudad de Aguascalientes, sólo se aprecia la figura yaciente de Verlé, al que actualmente se le conoce como Cerro del Picacho o Cerro del Muerto.
Destacan también los cuatro capitanes que ahora conocemos, al sur el Cerro de Los Gallos conocido como “Agua Clara”; al norte el Cerro de San Juan en el macizo montañoso de Tepezalá, conocido como “Cielo Claro”; un kilómetro adelante, el Cerro de Altamira que un buen día llevar el nombre de “Gente Buena”, y mas allá hacia el Poniente se distingue a “Tierra Buena ahora llamado Cerro del Laurel muy cerca del poblado de Calvillo.
Pero estos gigantes no han muerto. Vigilan nuestras vidas y nos han heredado una espiritualidad, su amor a nuestra familia, su amor por nuestra tierra.
Su influencia ha sido tan grande que de los nombre de los príncipes entrelazados le dieron el nombre de “Aguascalientes” a nuestra ciudad, y el de los cuatro militares existen en el escudo de nuestro Estado. Mientras esos gigantes sigan ahí nuestra tierra Bendita, no perecer a Jamás.
Es habitual realizar salidas al cerro del Muerto, caminatas, excursiones, campismo, destacando entre estas actividades el tradicional evento conocido como Ilumínale los pies al muerto, una caminata con lámparas que se realiza durante los festejos del Festival de las Calaveras en el mes de noviembre.
Leyendas Mexicanas V 1.1
No hay comentarios :
Publicar un comentario