Los espíritus —esto no es leyenda, es Historia con mayúscula—, visitaron la mano de Francisco I. Madero: él escribía cartas del más allá, firmadas por “ellos”. Su hermano muerto; Benito Juárez; y otros difuntos de San Pedro de las Colonias, por mencionar algunos, a través de la habilidad de este revolucionario y presidente mexicano manifestaron mensajes escritos.
Si bien es un tema que no se enseña en la primaria, es inocultable: ni el mismo coahuilense tenía intención alguna de esconder su relación con “ellos”, de allí las burlas por parte de la prensa de la época. Pero esto formó parte de Madero como un brazo y, prejuicios fuera, fue una de las vías por las que logró grandes paradigmas en la historia, como derrocar al dictador Porfirio Díaz. No por nada los espíritus le ordenaron que escribiera “La Sucesión Presidencial en 1910”.
Esta otra cara de Madero la dibuja sin halo de misterio el psicólogo clínico Ernesto Duque Padilla, quien dedicó su tesis de maestría a la vida privada de Madero y a su espiritismo, su “mediumnidad”. Pionero en investigar este tema a profundidad, concede una entrevista a VANGUARDIA que revela qué tanto interfiere esto en la Revolución Mexicana.
hechos por Francisco a la obra hindú “Bhagavad Gita”, en fascículos. ¿Cómo entra al espiritismo? “Su primer encuentro, como él (Madero) lo relata, fue en París”.
Halló una revista, a la que su padre estaba suscrito, la “Revue Espirit”. Leerlas lo impresionó, “las devoró”, aclara Duque. Leyó todos los libros de Allan Kardec, francés que sistematizó al espiritismo (y a quien Madero consideraba un druida), y se incorporó a un círculo espiritista parisiense, donde le dijeron la noticia: Francisco Ignacio Madero era un médium escribiente, es decir, tenía la habilidad de prestar su pluma a los fantasmas.
En su vuelta a México, con su don en ciernes, un día en que atendía como enfermero a su tío Manuel B. Madero, ensayó otra vez la escritura automática (el medio de comunicación espiritista) y su mano se movió de forma trémula. No se sorprendió: así lo dice en sus memorias. Y la primera frase del más allá rezaba “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.
Misión del más allá Duque define a Madero como “un hombre muy caritativo, pero inteligente”, y recuerda que en el contexto histórico de entonces —positivismo, desarrollo industrial importante—, hay una reacción al materialismo con cuestiones esotéricas, espiritistas y místicas; y que ése era el ambiente en Europa. En México había una serie de organizaciones opuestas al porfiriato: entre ellos, los librepensadores, organizaciones religiosas y, también, los espiritistas.
Igual de creyente que el escritor inglés Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, Madero recibió otro tipo de mensaje del más allá: de ser previamente consejos de orientación moral para su vida, todo se tornó en un proyecto político, germinado por una preocupación social. Los espíritus le dijeron a Madero que tenía una misión. En 1904, con familiares y amigos fundó el periódico “El Demócrata”. El primer artículo que escribe se llamó “Vox populi vox Dei”. Ernesto Duque explica que “la voz del pueblo es la voz de Dios y esa es la idea de la democracia de Madero”, “él pensaba que dios se manifestaba a través del pueblo, por eso era tan respetable el pueblo para él, de ahí su consigna de ‘sufragio efectivo’”.
Es entonces cuando otro difunto, José, con mayor autoridad que otros, le dice la metodología para su tarea revolucionaria: escribir un libro. Porque “ellos” le dijeron cómo y en cuánto tiempo escribirlo, le aconsejaron recluirse en una casa, y lo asesoraron, particularmente José (quien no se sabe si es José María Morelos y Pavón o el bisabuelo, José Francisco Madero, se pregunta Ernesto Duque).
“Él (Madero) reconoce la presencia de otro en la escritura”, afirma Duque porque, según dice, Madero decía frases como “Los espíritus que me dictan hablan con propiedad y estilo que yo no tengo”. Como autor, Madero, se cuestiona a sí mismo, y las ideas que originaron el movimiento social, no reconoce que sean propias, agrega Duque: dice que es el dictado de la divina providencia. Esto se contradice con lo que Javier Villarreal escribe en el prólogo de la edición conmemorativa de “La Sucesión Presidencial en 1910”: “Madero nunca pretendió que los espíritus le hubieran dictado el libro; creía ser incitado por ellos a emprender la tarea de redactarlo, lo cual es distinto”.
Pues bien, “ellos” le anunciaron que estaba en una lista, en una cadena de espíritus superiores que se han encargado de liberar a la humanidad. Lo convencen del movimiento armado, pero él no estaba dispuesto a arriesgar a la gente, considerando a la humanidad como hermanos. La decisión también fue tomada por otra cosa, añade Duque: él leía la “Bhagavad Gita”, donde el príncipe Arjuna es convencido de lidiar contra su hermano, porque si no lo hacía todo el entramado del universo se pondría en duda. Eso alentó a Madero a entrar en el combate.
Recibió la responsabilidad para la que estaba destinado. Le envió una copia de “La Sucesión...” a Porfirio Díaz y tuvo una entrevista con él. Nunca tuvo el consentimiento de su abuelo Evaristo pero después de batallar mucho, obtiene el de su padre. Otros dos o tres hermanos participaron en la lucha armada.
Derrocó a un dictador, a un hombre muy poderoso, “alguien que supera al patriarca”, expresa Duque para concluir que “Madero estaba obsesionado con la imagen del patriarca, del dictador”. En palabras de Madero, Díaz se había ya no era el representante de la ley: estaba situado en el lugar de la ley. Eso significaba que asumía un papel cercano a Dios, lo cual Madero no toleraba.
Si la voz del pueblo es la voz de Dios y Díaz organiza las leyes, lo que Madero proyectaba era regresar al orden: “si tú te fijas no hay un proyecto de un cambio de estructura social, de un esquema económico, lo que él quiere es que nadie se ponga en el lugar de la ley”. El espiritismo, la religión, se conjuga con la cuestión del orden social y el concepto de la democracia, añade Duque. Madero tenía una fuerza moral enorme contra todos los pronósticos: no tenía miedo a morir, pensando que su misión era mayor y eso lo elevaba en el orden espiritual.
“¿Cómo se hace un personaje, un líder, que encarna los ideales de una nación? A través de toda esta historia. Hay un proceso moral, en el que un hombre, de una familia acomodada, con estudios en el extranjero, advierte una misión. En una relación que podríamos denominar de alteridad: o sea, hay un diálogo con otro. ¿Quién es ese otro? ¿Su hermano Raúl, José, los espíritus que la divina providencia enviaba, o es la voz de su inconsciente, o qué tipo de juego de la mente está operando ahí? No sabemos. Lo que sí sabemos es que es exitoso, es efectivo, existe y es real”, precisa el maestro Duque.
“Se puede leer todo el inicio de nuestra historia revolucionaria a través de este caso personal.” La vida privada, íntima, está en juego en estas cuestiones sociales. La redacción de las cartas es casi siempre muy similar, escritura apresurada, pero legible.
Pero antes de terminar la entrevista, Duque da un dato inquietante. “Hay una sola carta espírita que tiene un error: la firma Francisco I. Madero”.
Este libro se convirtió en un auténtico “best seller” de su tiempo (rareza porque la mayoría era analfabeta), y en el instrumento que propició la Revolución Mexicana. Según Javier Villarreal Lozano, “influyeron en ella factores que rebasan cualquier explicación razonable. Esta obra fue producto de un arrebato mesiánico. La redactó un hombre [Francisco I. Madero] que a través de su comunicación con los espíritus llegó al convencimiento de ser un predestinado cuya misión era impulsar la transformación política de México”.
En la reclusión del segundo piso de su casa en San Pedro de las Colonias, el espíritu de un tal José le fijó a Madero un plazo para concluir el libro: 1908.
Investigador de la otra cara de Madero
Jesús Ernesto Duque Padilla es psicólogo clínico, con maestría en la Universidad Autónoma de Nuevo León y su tesis sin editar, de 1981, se titula “Madero, las Otras Voces”, una interpretación del espiritismo —la vida íntima— de Francisco Ignacio Madero. Se interesó en el tema gracias a la novela de Ignacio Solares titulada “Madero, el Otro” (1989), misma que “de alguna manera abrie las puertas para que se hable públicamente de esta faceta que la historia había reprimido”.
Encontró el libro de José Natividad Rosales, “Madero y el Espiritismo”, y también consultó en el Archivo General de la Nación, y en Coyoacán, la biblioteca espírita, donde se hallan tanto lo que Madero leía, como lo que escribía relacionado a esta “religión científica”, el espiritismo. Él penetró en la personalidad de Madero y “con el tiempo descubrí una frase que explica qué tanto creo o no de eso” (similar a Madame du Deffand): “no creo yo en fantasmas y de todas formas se me aparecen”.
(FUENTE: vanguardia.com.mx)
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