Una de las historias de fantasmas que más se repiten entre las Leyendas Urbanas es la de los autoestopistas fantasmas. Almas en pena que murieron en un accidente de tráfico o en algún punto de la carretera y que se comportan como una persona normal hasta llegar a un determinado punto o kilómetro de la autoestopista.
Por norma general su aspecto es el de un autoestopista normal y las personas que les recogen piensan que estan ayudando a alguien. Su comportamiento es normal en la mayoría de los casos, aunque en otras ocasiones se habla de una profunda tristeza o actitudes que demuestran que se encontraban "como asustados" cuando se acercan al punto donde fallecieron.
El atormentado en ese momento suele desaparecer (incluso con el coche en marcha), aunque en algunos casos al llegar a una curva (lugar donde se presupone que fallecieron) algunos gritan antes de desvanecerse como consecuencia del recuerdo del día de su muerte.
Personas que han sufrido encuentros con Autoestopistas fantasmas han dado descripciones exactas del rostro y vestimentas de las personas que recogieron. Descripciones que al ser verificadas con familiares o informes policiales demuestran que esas personas tuvieron un encuentro real.
La Joven Autoestopista Fantasma
En 1931 una joven fue asesinada mientras era conducida a su casa después de un baile en el O'Henry Ballroom de la avenida Archer de Chicago. Vistiendo su blanco vestido de fiesta y sus zapatos de baile, fue enterrada en el Cementerio de la Resurrección, también en la misma calle.
Durante varios años después de lo ocurrido, algunos automovilistas han declarado haber visto a una joven con un antiguo vestido blanco practicando el autostop en la avenida Archer. Se cuenta que, sobre todo, la recogían hombres solteros o que ella subía a los coches sin ser invitada y pedía que la llevaran a casa y luego les hacía dejarla en el Cementerio de la Resurrección. Algunos automovilistas han asegurado que la mujer salía del coche sin abrir la puerta.
Una noche del mes de diciembre de 1977 un hombre pasó en coche y reparó en una mujer joven vestida de blanco detrás del portón del Cementerio de la Resurrección. Creyendo que tal vez se hubiera quedado inadvertidamente cerrada dentro, el automovilista llamó a la policía.
Pero cuando llegaron, la joven había desaparecido. Notaron, sin embargo, que las barras de hierro forjado del portón del cementerio estaban ligeramente dobladas hacia fuera y distinguieron a ambos lados las huellas de dos manos.
Un Muchacho que Desaparece
Una noche de invierno de 1965, Mae Doris, de Tulsa, Oklahoma, emprendió sola el viaje de sesenta y cinco kilómetros para ir a la casa de su hermana en Pryor. .Mientras conducía por la autopista 20 -recordó Doris- a pocos kilómetros al este de la población de Clarenmore, pasé por delante de un colegio y vi a un muchacho que parecía tener once o doce años haciendo autostop en la orilla de la carretera.»
Compadeciéndose de un muchacho tan joven en una noche tan fría, Doria detuvo el coche y se ofreció a llevarle. «Él subió y se sentó a mi lado en el asiento delantero -dijo ella-, y charlamos sobre las cosas de que suelen hablar las personas que no se conocen.» Doria le preguntó qué estaba haciendo en aquel lugar, y él le dijo: «Jugando a baloncesto en el colegio.» El pasajero parecía tener 1,65 metros de estatura y buena constitución, «como un muchacho aficionado a los deportes y que ejercitaba los músculos». Era blanco, de cabello castaño claro y ojos grises azulados. Pero, sin saberlo, Mae Doria habla recogido a un fantasma autostopista.
El muchacho señaló al fin una alcantarilla en las afueras de Pryor y dijo: «Déjeme allí.» Como no vio ninguna casa ni luces, Doria le preguntó dónde vivía, a lo cual respondió el chico: «Allí.» Ella estaba tratando de adivinar dónde era «allí» cuando el pasajero desapareció sencillamente. Doria detuvo inmediatamente el coche y se apeó de un salto. «Corrí alrededor del automóvil, casi histérica -dijo-. Miré en todas partes, arriba y abajo de la carretera, a la izquierda y a la derecha, pero fue inútil. Había desaparecido.» Más tarde, recordó Doria que el autostopista no llevaba chaqueta, a pesar del frío invernal. Una conversación casual con un empleado de una empresa de servicio público, mantenida dos años después del suceso, la enteró de que el personaje fantasma había sido recogido por primera vez en el mismo lugar en 1936.
Estaba conduciendo su automóvil desde Mayagüez, Puerto Rico, hacia su casa en Arecibo, en la noche del 20 de noviembre de 1982, cuando Abel Haiz Rassen, mercader árabe que vive en Puerto Rico, cruzó un sector conocido como The Chain. Un hombre calvo estaba de pie en la orilla de la carretera, haciendo autostop. Haiz Rassen miró al hombre, que tenía unos treinta y cinco años y vestía camisa gris y pantalón vaquero pardo, y siguió adelante.
Pero cuando se detuvo ante un semáforo en rojo en la siguiente encrucijada, se paró el motor de su coche. Mientras trataba de ponerlo de nuevo en marcha, no se dio cuenta de que el autostopista abría la portezuela y se metía en el automóvil.
-Me llamo Roberto -dijo el hombre al sorprendido Haiz Rassen-. ¿Tendría la bondad de llevarme a mi casa, en la urbanización «Alturas de Aguada»? Hace casi dos meses que no veo a mi esposa Esperanza y a mi hijo.
Haiz Rassen se negó, diciendo que su esposa le estaba esperando en Arecibo. Pero Roberto insistió. El conductor volvió a tratar de poner el coche en marcha, y éste arrancó de pronto.
Convino en llevar a Roberto hasta el restaurante «El Nido». En el curso del breve viaje, el importuno pasajero le advirtió que condujese con cuidado y que no bebiese. Y pidió a Haiz Rassen que rezase por él.
Haiz Rassen se detuvo aliviado en la zona de aparcamiento del restaurante. Unos que le observaban de cerca le vieron hablar animadamente, al parecer consigo mismo. Uno le preguntó si necesitaba ayuda.
-No -respondió Haiz Rassen-, pero este caballero quiere que le lleve a casa.
Se volvió a su derecha para señalar al pasajero..., pero allí no había nadie.
Estaba tan impresionado que a punto estuvo de enfermar. Llamaron a la Policía, y dos agentes, Alfredo Vega y Gilberto Castro, le llevaron al hospital local, donde refirió su extraña historia.
Escépticos pero todavía intrigados, los agentes se dirigieron a la urbanización y llamaron a la puerta de la casa que dijo el conductor que le había indicado Roberto. La abrió una mujer que llevaba un niño pequeño en brazos. A preguntas de los agentes, respondió que se llamaba Esperanza y que era viuda de Roberto Valentín Carbó.
Su marido, que era bastante calvo, llevaba una camisa gris y unos pantalones vaqueros pardos el 6 de octubre de 1982, en que había muerto en un accidente de automóvil, en el lugar exacto de la carretera donde Abel Haiz Rassen le había visto por primera vez seis semanas más tarde...
FUENTES: http://www.escalofrio.com/ http://www.mundoparanormal.com/
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