lunes, 15 de octubre de 2018

La casa de los espantos.


Saltillo cuenta con sus leyendas propias. Mito o realidad, estas perviven a través de las generaciones y forman parte de esa otra historia popular, más entrañable y más cercana a la vida cotidiana de los pueblos.

A espaldas de la Catedral, en la calle de Bravo, existe una vieja casona de dos pisos conocida como La casa de los espantos. Así la llama don José García Rodríguez, emblemático escritor y poeta saltillense de la primera mitad del siglo 20. Don Pepe dejó una bellísima narración de la leyenda de esa casa en sus Obras Completas, editadas por la Universidad Autónoma de Coahuila en 1983. Sus descendientes volvieron a publicarla años después, en el cincuentenario del fallecimiento del poeta.

Dice don Pepe que la frase Se acabó el año del Señor de 1627, estaba grabada en una de las viejas vigas del techo de la casa, y que dos amigos presenciaron los hechos que dieron pie a la leyenda. Uno de ellos intentaba rentarla y no se decidía debido a los rumores del vecindario, referentes a ruidos y vientos extraños y fantasmales, como de otro mundo, que se oían en la vieja y destartalada vivienda abandonada desde hacía tiempo.


Había escasez de casas de renta, y ante la necesidad de un lugar donde vivir y las serias dudas que tenía aquel amigo, el otro, que era bastante escéptico en los menesteres relativos al más allá, le propuso dormir en la casa vacía por algunas noches para confirmar por sí mismos la verdad o la mentira de los rumores.

La primera noche se instalaron en uno de los aposentos del segundo piso y se pusieron a jugar ajedrez. A las 12 de la noche oyeron el aullido largo y lastimero de un perro, el fuerte golpe del azote de una ventana interior y un espantoso crujir de maderas rotas. Al mismo tiempo sintieron una ráfaga de aire helado que les caló hasta los huesos, no obstante que todas las puertas y ventanas estaban cerradas. Muertos de miedo, se acercaron a un cuarto donde se veía luz. Allí presenciaron esta escena: una estancia amueblada con severidad, pero lujosamente, y una joven y bella mujer (doña Leonor) que escribía silenciosamente sobre un escritorio y de vez en cuando mecía una cuna a su lado. Sigilosamente, apareció un mozo de gallarda presencia (don Gonzalo), quien aseguró a la dama que no tenía más intención que verla durante un instante, antes de partir muy lejos, para siempre. Sorprendida, ella le reclama su presencia en su habitación, cuando llega su esposo don Pedro, y estalla en celos. Los dos se baten a duelo, don Pedro mata a don Gonzalo, apuñala a su propio hijo y a su mujer, y con ayuda de un criado, los empareda en un muro del mismo aposento. Al día siguiente, el par de intrigados amigos abrió el muro y encontró los cadáveres. Entre ellos estaba la carta que escribía la dama y que dejaba totalmente clara su inocencia. Con la cristiana sepultura de los cuerpos, desaparecieron de la casa los extraños ruidos y los desafiantes vientos.

Es interesante conocer y comparar las diferencias en los modos de vivir y de concebir la vida, la muerte, el honor y otros sentimientos en las distintas épocas. La narración de don Pepe nos permite conocer los del siglo 17 cuando suceden los hechos, los del 20 cuando son encontrados y sepultados los cadáveres, y comparar ambos con las concepciones de nuestra época, tan diferentes.

FUENTE: https://vanguardia.com.mx

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