jueves, 5 de julio de 2018

El Abate Faria. Una leyenda ignorada


«Siéntese en este sillón. Cierre los ojos y concentre su atención, piense que va a dormir… a dormir… a dormir. Relájese… ¡duerma!»

Con palabras como estas comenzaban en el pasado siglo unas sesiones que, lejos de las influencias del fluidismo mesmeriano, pretendían hacer caer a las personas en un sueño placentero y reconfortante. En esos momentos, se presentaba un hombre sencillo, luchador por sus ideas, un hombre de profundo cariz religioso y que fue lastimeramente ignorado, el abate José Custodio de Faria.

El 19 de diciembre de 1925 se celebra el Primer Centenario de la Real Escuela de Cirugía de Lisboa con diversas actividades entre las que se efectúa una Conferencia Plenaria en la Facultad de Medicina, su título: O Abate Faria na Historia do Hipnotismo (El Abate Faria en la Historia de la Hipnosis). Egas Moniz, un incansable de la medicina y Premio Nóbel, fue el ponente de la misma. Moniz era un hombre de gran prestigio y en aquella ponencia, cuando el fenómeno de la hipnosis era aún un pequeño engendro y enraizadamente mesmeriano, propuso seguir las ideas de una leyenda ignorada, de tomar ejemplo para las investigaciones futuras en torno a la hipnosis del profundo investigador Faria.


El abate Faria sostuvo con gran firmeza que el sueño lúcido -fenómeno común en la hipnosis- era algo totalmente natural rechazando las interpretaciones sobrenaturales de la época. Con esta actitud se anunciaba por primera vez que la hipnosis era un fenómeno subjetivo y no el resultado de una actividad física producida por el fluido magnético del que por entonces eran tan partidarios.

Todas las hipótesis fantásticas eran rechazadas por Faria, provocando las consecuentes risas y burlas de sus contemporáneos. No fue, evidentemente, aceptado por la comunidad mesmeriana, ni por la medicina oficial. Faria vivió entonces retirado y en silencio, envejeciendo en soledad.

Este hombre creía en el poder de la palabra y para demostrarlo creó un método consistente en aplicar durante unos instantes las manos sobre la cabeza y espaldas del sujeto y cuando consideraba el momento propicio ordenaba con firmeza «¡Dormir!», consiguiendo el llamado sueño nervioso.


La hipnosis antes de Faria

Muchos años tuvieron que pasar para que la hipnosis cobrara su sentido verdadero, pues las ideas difundidas por Franz Anton Mesmer arraigaron muy profundamente entre los supersticiosos y los seguidores de los fenómenos del espíritu. Las ideas de Mesmer respecto al magnetismo animal consistía en una mezcla de técnicas curativas y de influencias astrales, influenciadas por los estudios que sobre astronomía cursó en Viena.

Parece ficción cuando imaginamos a Mesmer aplicando su teoría de los fluidos. En el centro de una habitación en penumbra colocaba una cuba -elemento que lo popularizó- de la que salían una serie de varillas de hierro. Aquellos que asistían a las sesiones -enfermos sobre todo- se agrupaban a su alrededor y los que estaban en primera fila tocaban las varillas y el resto se limitaba a unirse de las manos con estos, o bien se ponían en contacto por medio de cuerdas humedecidas. Mesmer vestía una bata de seda de color pálido y se paseaba entre los enfermos majestuosamente con una vara de hierro en la mano. De fondo, un piano tocaba algunas melodías… era la “new-age” del Renacimiento.

Poco tiempo le iban a durar a Mesmer las “nuevas terapias”, pues en 1784 y por orden expresa del Rey, se nombraron dos comisiones con el fin de estudiar los fenómenos de Mesmer. Una de estas comisiones estaba compuesta por miembros de la Academia de Ciencias y de la Facultad de Medicina. Tras una serie de experimentos se llegó a la conclusión de que «el fluido magnético animal no puede ser percibido por ninguno de nuestros sentidos, y no actuó de ningún modo ni sobre ellos ni sobre los enfermos que fueron presentados». La opinión de estos académicos se centraban en que los efectos observados eran producto de la imaginación (aunque mejor sería decir “sugestión”). La otra comisión estaba formada por miembros de la Academia de Medicina, llegando a la misma conclusión, exceptuando la del botánico Laurent de Jessieu que negó la opinión de la comisión. Surgieron entonces las primeras contradicciones y, evidentemente los contrariados bandos fluidistas y animistas. A partir de este momento, comienza una etapa de decadencia del magnetismo.


A Mesmer le secundó un discípulo suyo: Armand de Puysegur que preparó, bajo las indicaciones de su maestro, un “árbol magnético”. Era un gran olmo del que salían cuerdas que tomaban sus pacientes para recibir posteriormente el fluido, con fines curativos. Pero a Puysegur le ocurrió un buen día algo particular. Uno de sus pacientes, en una de sus sesiones no reaccionó con las convulsiones habituales sino que cayó completamente dormido en sus brazos y comenzó a hablar. Cuando el paciente despertó, no recordaba nada. Puysegur sintió curiosidad y repitió la experiencia. Entonces se percató de que su paciente respondía a las preguntas formuladas e incluso las que pensaba. Consiguió diagnosticar enfermedades “viendo” el interior del cuerpo (autoscopia) y localizar objetos perdidos. Puysegur estableció así una conexión entre la hipnosis y la Percepción Extrasensorial, descubriendo con ello el fenómeno del sonambulismo.

Un poco más tarde surgió Joseph Phillipe Deleuze que realizó diversas aportaciones que resultaron de valor en el conocimiento de esta materia. Deleuze declaraba que los efectos del magnetismo se producían sin tocar al sujeto, desconociendo la naturaleza de aquellas emanaciones pero que podía dirigirla con su voluntad. Decía sobre el sonambulismo:

«Cuando el magnetismo produce el sonambulismo, el ser que se encuentra en ese estado adquiere una extensión prodigiosa en la facultad de sentir varios de sus órganos exteriores, de ordinario, los de la vista y el oido, están adormecidos, y todas las sensaciones que de ellos dependen se operan interiormente. Hay en este estado un número infinito de variedades; pero para apreciarlo bien, se debe examinar en su mayor extensión, en el punto más equidistante de la vigilia, pasando en silencio lo que no se ha probado suficientemente».


Los primeros años

José Custodio de Faria, nació en Candolín, Goa (India), el 30 de mayo de 1756, y recibió su educación religiosa a través de su padre y de una arraigada descendencia cristiana de dos siglos. Cuando Faria tenía 15 años, su padre, Caetano Vitorino de Faria se decide partir hacia Lisboa. Al llegar a la capital portuguesa, mantuvo relaciones con personajes de alta posición. Aunque la familia Faria estuvo poco tiempo en Lisboa, Caetano Vitorino pudo entrar entrar en palacio alcanzando los favores de D. José I quién se interesó por ellos, ayudando a la educación de su hijo en Italia, del que habría de ser el célebre abate Faria.

En Roma consiguió su doctorado en Teología, luego volvió a Lisboa en 1777 donde fue ordenado sacerdote tres años después. Al acabar sus estudios volvió a Lisboa consiguiendo una buena acogida en los medios eclesiásticos. Pocos años después, en 1788, Faria parte hacia París con dos intenciones. Una, huir de las persecuciones de la época y la otra, el deseo de agrandar el nombre de su padre que fue punto de críticas a causa de la conjuración de Goa en 1787. Algunos autores han querido reseñar este viaje como una pretensión por parte de Faria para conseguir renombre en el mundo de las letras.

A partir de su estancia en Francia, Faria comienza a interesarse por los fenómenos del magnetismo, la sugestión y los tratamientos terapéuticos a través de las obras de Mesmer y especialmente por las prácticas de sugestión de Puysegur, a quién posteriormente dedicaría su obra sobre el tema.


En 1802 se tienen las primeras noticias de las actividades magnetizadoras de Faria. Había comido en casa de Mme. la Marquesa de Custine y allí afirmó que era capaz de matar a un canario magnetizándolo posteriormente. Tal desdicha no llegó afortunadamente para el pobre pajarillo. Faria había fallado. Si el célebre abad se presentaba ante un público tan selecto, era evidente que practicó bastante el magnetismo con anterioridad y posiblemente influenciado por la teoría de los fluidos. Gracias a estos errores Faria decide profundizar aún más en las prácticas del sonambulismo. Así continuó, estudiando, practicando y analizando hasta 1811, cuando recibe el nombramiento de Profesor de Filosofía en la Academia de Marsella. Posteriormente y en menos de dos años Faria es elegido Miembro de la Sociedad Médica de Marsella. ¿Y cómo pudo Faria ingresar en esta sociedad sin ser médico? Efectivamente, utilizando sus dotes de magnetizador. A partir de este momento, comienza a ser conocido como magnetizador entre sus amigos y grandes personalidades de la época. La vida de este hombre se llenaba de éxitos, pero también de desgracias. Muchos de sus contemporáneos no lo miraron con buenos ojos y fue duramente criticado en una obra titulada Moniteur Universal. No era un santo, ni hacía milagros, se equivocaba, y prueba de ello fue el hecho de que la policía le prohibiera mantener activas sus prácticas magnetizadoras.

Quisiera volver a reseñar al Moniteur, pues es un ejemplo claro de desinformación (como verán esto ya viene de tiempos pasados). En un artículo de esta obra decía que Faria montó en Nimes una tina magnética idéntica a la de Mesmer para ejercer sus prácticas a quién lo solicitara. También decía que llegó a consultar a un sonámbulo sobre la dolencia de una mujer suministrándole un medicamento que le provocó un aborto ocasionándole la muerte… (¿y la policía sólo se limita a prohibirle las prácticas después de esta supuesta atrocidad?). También dice que asaltó una parroquia cercana a la ciudad y comenzó a predicar, a confesar y a magnetizar sin el permiso del obispo de Avignon (curiosamente no existe noticia alguna sobre Faria en la Biblioteca del Museo Calvet, en Avignon, donde se guardan todos los documentos del obispado de aquella época). Su nombre provocaba confusión y muchos creyeron de él un iluminado y otros un impostor, de esta forma Faria se convirtió en leyenda.


En 1813, el polémico abad abandonó su actual designación oficial volviendo a París, donde impartió cursos sobre el sueño lúcido. En este mismo año comenzó a dar conferencias y charlas que le facilitó en poco tiempo, obtener gran notoriedad y erudición en la ciudad. Su nombre aparecía en los periódicos, si bien en ocasiones, no muy favorablemente, como vemos en un artículo aparecido en La Gazette de France  donde se decía que la asistencia a las conferencias de Faria «era brillante, numerosa, compuesta en su mayor parte por mujeres en la flor de la edad. La mayoría traía las más favorables disposiciones a la nueva doctrina». El periodista relataba, «me senté al lado de Mme. Maur y pude ver a través de su atrayente fisionomía las diferentes modificaciones que le imprimían la credulidad, la confianza y la persuasión. El abate Faria, acompañado de cinco o seis muchachas, aparecía en el sitio que le estaba reservado, en uno de los extremos de la sala.» Según las descripciones del articulista «era tan grotesca por el estilo que, si no se tratara de un extranjero, sería interrumpida a carcajadas». Faria, evidentemente, no era muy condescendiente de las aportaciones de las críticas que de él hacía la prensa. Pero el abate contestaba con sutileza: «Los que se califican de magnetizadores creen que mis tentativas son menos útiles que perniciosas. Los periodistas se pronuncian categóricamente en mi contra, diciendo que todo lo que hago es lujurioso y poco digno de una atención seria; otros espíritus, aunque dotados de conocimientos profundos, examinan superficialmente el estado del sueño lúcido, declarando que es sólo una diversión pueril; miembros del clero sólo lo consideran como el resultado de la interferencia de los genios malignos, siempre ocupados en perjudicar a la especie humana.»

Quisiera aclarar que el sueño lúcido en hipnosis es una fase en la que el sujeto es consciente de su estado en todo momento, puede oír no solo al hipnólogo sino también a quienes le rodean. Cualquier actitud brusca en este estado bastará para que el sujeto se despierte. No engendra pues, peligro alguno. Este sueño lúcido era para Faria lo que se conocía por sonambulismo.

Para Faria este sueño lúcido demostraría “la existencia de la causa primera” y la “espiritualidad del alma humana”. Le dolía tremendamente que sus prácticas fuesen acusadas de ser influenciadas por lo maligno y sus actividades de demoníacas, y no es de extrañar, pues en aquella época costumbre general la de asociar el sonambulismo con la revelación de secretos y las predicciones del futuro. A este respecto, Faria decía que «hay ciertas verdades en sus anuncios; pero verdades que tienen necesidad de ser interpretadas con indulgencia, sometidas a pruebas rigurosas, hábilmente expurgadas de errores». El carácter y la mentalidad científica de Faria se hacía notar, pero continuaba diciendo «sus previsiones son tan vagas que no ofrecían más que probabilidades de los acontecimientos, bajo condiciones requeridas y, también sometidas a groseros errores». Creía firmemente que el sueño lúcido sobrevenía a un esfuerzo de concentración de los sentidos y de la atención, es decir, conseguía un estado alterado, si bien considerado de carácter sugestivo. Su doctrina comenzaba a dar sus primeros esbozos, contraria a las propuestas de Mesmer. A este respecto, decía Faria: «yo no puedo concebir como la especie humana fue a buscar la causa de este fenómeno en el baquet de Mesmer, en una voluntad externa, en un fluido magnético, en el calor animal o en mil otras extravagancias ridículas de este género».


Los pensamientos se convierten en doctrina
«Se conserva la memoria de lo que se imagina; pero durante el sueño lúcido, especialmente cuando es profundo no se conserva memoria de todo lo que ha transcurrido. De ahí se concluye que el sonambulismo provocado no puede ser debido a la imaginación».

Este es el principal argumento que Faria mantuvo para explicar su hipótesis, además de afirmar que el hipnotizador no posee dones sobrenaturales alguno como afirmaban sus antecesores, pues solo podía hipnotizarse a aquel o a aquella que tuviera disposición para ello.

Para demostrar que la teoría fluídica no tenía fundamento sobre la teoría del condicionamiento de la palabra, Faria colocaba en sus sesiones a varias personas bajo un árbol diciéndoles que no estaba magnetizado, aunque previamente había sido magnetizado al estilo mesmeriano y de Puysegur. Las personas no sentían nada. Luego se les acercaba a otro árbol, este no estaba magnetizado, pero Faria les decía que lo estaba y la mayoría de ellos caían en sonambulismo. Otra de sus demostraciones era hacer que niños adormecieran a adultos, opinando con ello que «nada se desenvuelve en el sueño lúcido que salga fuera de la esfera natural».

Tras su muerte, Faria no creó escuela, como hizo Mesmer, pero sí al menos dejó un discípulo de sus enseñanzas: el General Noizet, que dirigió en 1820 una Memoria a la Academia Real de Berlín que sería publicada 34 años después . Fue la única persona que habló de Faria con clara honestidad. En esta memoria, Noizet exponía la idea infundada por Faria sobre las causas del hipnotismo que dividió en tres grupos: causas predisponentes, causas inmediatas y causas ocasionales. En las causas predisponentes incluía la fluidez de la sangre o la impresionabilidad psíquica. Para Faria, la idea de la fluidez de la sangre era primordial, pues como bien decía: «la experiencia me hace ver que la extracción de una cierta cantidad de sangre tornaba epoptas (aptas) en 24 horas a personas que no tenían disposición alguna anterior». No solamente su sueño era más profundo sino que además las personas se hacían más receptivas.

En las causas inmediatas consideraba importante la concentración de los sentidos pues «no se consigue el sonambulismo cuando el espíritu está preocupado, ya sea por la agitación de la sangre, ya sea por inquietudes». Sabemos hoy que las preocupaciones, el estrés o el nerviosismo son factores que impiden el desarrollo de una buena sesión.

Luego, dentro de las causas ocasionales, Faria, pensaba que si el hipnotizador no llevaba predisposición, el sujeto no caía en sonambulismo.


La creación. Faria aplica sus teorías

La obra de Faria, hay que puntualizar, no es una obra completamente científica, pues a veces mezclaba ideas filosóficas y metafísicas, encadenando unas cosas con otras, pero no debemos olvidar que este hombre era clérigo y su formación era completamente religiosa.

Los procedimientos de Faria eran muy sencillos, no se adornaba con las parafernalias de sus detractores. Generalmente sentaba al sujeto pidiéndole que cerrara sus ojos y concentrara su atención con la idea de dormir. Cuando Faria consideraba que la persona se encontraba relajada le ordenaba con ímpetu: «¡Duerma!». Si esto no daba resultado, el abad declaraba a la persona refractaria o bien intentaba otros procedimientos.

Algunas veces solía mostrarles su mano «abierta a cierta distancia, recomendándoles que la miren fijamente, sin cambiar la mirada y evitando el pestañeo». En este caso les decía que en cuanto los incitara a dormir sentirían un temblor en sus miembros y se dormirían. A este respecto decía Faria: «Esta sacudida es una prueba cierta de franco abandono a la concentración. En el segundo caso, me fijo que no pestañee y le aproximo mi mano abierta desde cierta distancia. Si observo que no cierra los párpados, les someto enseguida a otra prueba». Continuaba diciendo que, si a pesar de ello tampoco daba resultados entonces les tocaba la coronilla, el hueso frontal y la base de la nariz, el diafragma y el corazón, rodillas y dedos de los pies. Según Faria «demuestra la experiencia que, una ligera presión en tales partes, donde la sangre es extraordinariamente líquida, provoca casi siempre una concentración suficiente para la abstracción de los sentidos, con tal que no haya oposición voluntaria o falta de conocimiento».

Con estas prácticas, Faria descubría lo que hoy conocemos por sugestión hipnótica, tema este que fue atribuido erróneamente a su sucesor, Braid.

Faria despertaba a sus pacientes con el mismo procedimiento que utilizaba para dormirlos: «¡Despierte!» o bien pasaba su mano delante de los ojos (esta última manera, era de mejor agradecer…)


El último desengaño

En los últimos años de su vida, Faria vivió y sufrió una serie de burlas y desengaños injuriosos de sus conciudadanos que llevaron incluso su figura al teatro para risas y críticas del público, cual león devora a su presa en un circo romano. Fue humillado en caricaturas y en escritos de todo tipo. Un final pobre y angustioso para el religioso de Goa; un final injusto pues con el paso del tiempo -como siempre ocurre- la verdad afloraría por sí misma. Faria decía que el sonambulismo no tenía nada que ver con las influencias diabólicas.

De esta manera, Faria murió y no pudo ver sus obras publicadas, toda su lucha se postergaría tiempo después, pues el abate dejó escritos tres volúmenes, que integran su única obra, de los cuales sólo llegó a publicarse el primero.

En los registros de las inhumaciones de la iglesia de Saint Roch se lee lo siguiente:

«A 21 de septiembre de 1819, inhumación nº 6 del señor, José Custodio de Faria, profesor de Filosofía, fallecido el 20 de septiembre, a la edad de 64 años, en la calle de Las Orties, nº 4»

Una apoplejía fulminante le hizo abandonar este mundo para siempre.

FUENTE: http://www.laentradasecreta.com

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