Un mediocre músico negro llegó a ser uno de los más grandes guitarristas de todos los tiempos. ¿Cómo lo hizo? Se dice que vendió su alma al diablo.
Robert Leroy Johnson, el undécimo hermano de una pobre familia negra, nació en Hazlehurst, al sur del estado de Mississipi. En su adolescencia, el joven no demostró la menor aptitud para los estudios, pero manifestó claramente dos intereses: la música (tocaba el arpa y la armónica, aunque como aficionado) y las mujeres.
En 1929 el muchacho, que había dejado los estudios para recoger algodón y que más de una vez debió cambiar su nombre para escapar de maridos celosos, pareció sentar cabeza. Se casó con Virginia Travis, una joven de 16 años, la cual quedó embarazada a los pocos meses. Parecía que la felicidad por fin llegaba a su vida, pero Virginia fallecería junto a su hijo recién nacido, cuando daba a luz. A partir de ese momento, Robert Johnson se transformaría en un alma errante y buscaría consuelo en el blues. En su ciudad natal se casó con una viuda adinerada, con la que tuvo un hijo, aunque ello no fue obstáculo para que viajara por el sur de Estados Unidos siguiendo a los grandes artistas del blues.
El único problema era que Johnson era un músico más bien mediocre. Había tocado sin éxito en algunos clubes y, tras aprender algunos rudimentos musicales del cantante Willie Brown, se relacionó con el bluesman Son House, de cuyo sonido quedó prendado. Sin embargo, House no pensaba lo mismo de Johnson: “Cuando se subía al escenario frente al público y tocaba la guitarra en los clubes, yo le decía: “No hagas eso, Robert. No sabes tocar ¿Por qué no tocas la armónica para ellos? Pero él no quería soplar aquella cosa. No le importaba que yo le riñese”.
En 1931, Robert Johnson, que se había enterado cuando niño que su verdadero padre era un tal Noah Johnson, un forastero que había pasado una vez por su miserable pueblo de Mississipi, salió supuestamente en su busca y desapareció durante varios meses. Cuando regresó y se presentó de nuevo ante Willie Brown y Son House, el joven bluesman tomó su guitarra y comenzó a tocar. Pero algo había cambiado. Su técnica era exquisita y ahora derrochaba un talento desconocido. House, que meses antes no quería escucharlo tocar, quedó impactado con la metamorfosis del músico, y sólo encontró una explicación lógica para aquello: “Ha vendido su alma al diablo para tocar así”.
El supuesto pacto con el diablo
El otrora mediocre músico sin talento se había convertido, de la noche a la mañana, en un verdadero maestro de la ejecución guitarrística. En ese momento comenzó a tejerse la leyenda, alimentada en parte por el mismo Johnson. Se decía que el músico había vendido su alma al diablo en el cruce de la actual autopista 61 con la 49 en Clarksdale, Mississipi, a cambio de tocar blues mejor que nadie. Johnson habría esperado en la intersección de caminos hasta medianoche con su guitarra en la mano. Luego el maligno se le habría aparecido y, tras prometerle que dominaría la guitarra como nadie, a cambio de su alma, le explicó que solamente debía deslizar las manos sobre su instrumento para interpretar el mejor blues de la historia.
Mito o realidad, lo concreto es que Robert Johnson deambuló tocando por todo el sur de Estados Unidos, como si huyera de alguien. Las letras de sus canciones alimentaban el misterio porque trataban sobre desesperación religiosa y demonios interiores. Dos de sus mayores éxitos hicieron referencia a su supuesto pacto demoníaco. “Crossroad blues”, por ejemplo, relata que los cruces de caminos son la mejor manera de encontrarse con lucifer y la letra de otro de sus éxitos, “Me and the devil blues”, dice textualmente: “Early in the morning, when you knock at my door. I said Hello Satan, I believe it’s time to go” (“Temprano en la mañana, cuando tocas a mi puerta. Digo hola a satán, Creo que es hora de irme”).
Johnson grabó solamente 29 canciones (algunas con dos versiones, lo que totaliza unas 42 grabaciones) entre noviembre de 1936 y junio de 1937, que se reunirían posteriormente en 11 Lps, y sólo existen de él unas tres o cuatro fotografías, lo que aumentó su leyenda. Su virtuosismo musical, por otra parte, era notable. Al oírlo tocar parece que sonaran dos guitarras y su fantasmal voz podía cambiar de tonos y de formas. Se aseguraba, por otra parte, que en el estudio de grabación usaba siempre una derruida guitarra Gibson, de la que nunca se separaba, y tocaba siempre mirando a la pared, presumiblemente para ocultar sus ojos cuando era poseído por el diablo. También podía estar con sus amigos bebiendo y conversando en un bar mientras bebía, sin prestar atención a la música que sonaba en la radio, pero al día siguiente era capaz de reproducir cada canción escuchada el día anterior, por orden y nota por nota.
Quienes lo vieron tocar en los clubes aseguraban que sus ojos siempre estaban desorbitados al momento de subir a un escenario y que tocaba siempre en la semipenumbra, para que no vieran su forma de puntear la guitarra. Y cuando terminaba de actuar se iba siempre por la puerta de atrás de los locales, sin siquiera despedirse o decir gracias. La gente, que afirmaba que desaparecía de los escenarios por obra del diablo, aún así acudía en masa a verle, atraídos por su música y por el morbo que le rodeaba.
Johnson buscaba a una mujer en cada ciudad, tocaba en un local y desaparecía. Así fue su vida hasta el 13 de agosto de 1938, en Greenwood, Carolina del Sur, cuando el diablo vino a cobrar la supuesta deuda contraída en la intersección de las carreteras 61 y 49.
Muerte por envenenamiento
Ese día Robert debía tocar en un local llamado “Three Forks” pero, mujeriego impenitente como era, tuvo la mala idea de intentar seducir a la mujer del dueño de ese local. Minutos antes de comenzar su show, una botella de whisky misteriosamente abierta, llegó a su mesa. Johnson, que por sus excesos parecía un auténtico rockstar de la época, bebió sin abrigar la menor sospecha.
En mitad del concierto el guitarrista comenzó a sentir molestias físicas. Así que paró de cantar, dejó su guitarra a un lado y salió a la calle. Estuvo perdido durante tres días y, cuando reapareció, ya estaba muerto. Había sido envenenado por la estricnina que contenía la botella de whisky. Tenía sólo 27 años, los mismos que extrañamente tendrían al morir otras grandes leyendas de la música en los años siguientes, como Brian Jones, Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y Amy Winehouse.
Después de su muerte los mitos no cesaron. En la canción “Me and their devil blue’s” Johnson pedía ser enterrado al borde de una carretera (“you may bury my body down the highside side”) y en la actualidad existen tres tumbas que supuestamente contienen sus restos. Algunos historiadores musicales aseguran que sus amigos tomaron esta medida para que el diablo se confundiera y no encontrara sus restos.
¿Fue Satanás en persona el que le concedió el extraordinario don musical guitarrístico a Robert Johnson? Quien sabe. Algunos aseguran que el verdadero maestro de Johnson no fue un maléfico hombre de negro que se le apareció en el cruce de las carreteras 61 y 49, sino que un músico de Alabama llamado Ike Zinnerman, que acostumbraba a tocar a la luz de la luna, encima de las lápidas de los cementerios. Lo único cierto es que Robert Johnson superó musicalmente a todos sus contemporáneos y marcó las pautas que artistas como Elmore James y Muddy Waters emplearon en el desarrollo del Rythm&Blues, movimiento básico en el origen del rock.
Grandes guitarristas como Eric Clapton o Keith Richards también versionaron sus canciones. Richards, guitarrista y compositor de The Rolling Stones, de hecho, tras escuchar a Robert Johnson por primera vez, quiso saber quién era el otro guitarrista que lo acompañaba. Cuando le explicaron que sólo era Johnson, no podía creer que era una sola persona la que estaba tocando.
50 años después de la muerte de Robert Johnson, una reedición de todas sus grabaciones, llamada “Complete Recordings” obtuvo un disco de oro y consiguió un premio Grammy. Un logro que no pocos querrían conseguir, aun cuando ello les implicara vender su alma al mismísimo diablo.
La leyenda. El hoy mítico músico de blues Robert Johnson era un guitarrista más bien mediocre hasta que, allá por 1933, vendió su alma al diablo en un cruce de caminos de Clarksdale, Misisipi, a cambio de tocar blues mejor que nadie. Gracias a este pacto satánico, acabó siendo coronado en muy poco tiempo como el Rey del Blues del Delta. Murió a la temprana edad de 27 años, envenenado por el marido de una de sus amantes. Según dicen, fue cosa del diablo, que reclamó su alma.
La realidad. Johnson siempre negó su relación contractual con el demonio, pese a que entre sus éxitos hay canciones tan delatoras como Crossroad blues (El blues del cruce de caminos) o Me and the devil blues (El blues del demonio y yo). En esta última dice cosas como: “Temprano en la mañana, cuando llamas a mi puerta, digo ‘hola Satán, creo que es hora de partir”. Por muy falsa que sea, la leyenda de Johnson contribuyó a convertirlo en uno de los músicos más influyentes el siglo XX, que hoy en día está considerado como el Abuelo del Rock’n’Roll. Led Zeppelin, los Rolling Stones, Bob Dylan, Neil Young o Jimi Hendrix son algunos de sus admiradores.
FUENTES: https://www.guioteca.com http://elpais.com
martes, 20 de junio de 2017
Robert Johnson hizo un pacto con el diablo
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