COMBUSTION HUMANA
La condesa Cornelia Bandi, de 62 años, vivía cerca de Verona en abril de 1731. Según parece, la condesa se había acostado después de cenar y se quedó dormida después de conversar varias horas con su doncella. Por la mañana la doncella volvió a despertarla y presenció una escena horripilante. La habitación estaba cubierta de hollín y el suelo de un extraño líquido amarillo y grasiento que hedía de forma poco usual. La cama se hallaba intacta salvo por las sábanas revueltas, indicando que la condesa se había levantado. A un metro y medio de la cama había un montón de cenizas, dos piernas intactas con medias, entre las que yacían el cerebro, la mitad de la parte trasera del cráneo, el mentón y tres dedos ennegrecidos. Todo el resto eran cenizas que si se tocaban dejaban en la mano una humedad grasienta y hedionda.
¿Qué fue lo que le ocurrió a la condesa?, su caso es el primero documentado de lo que hoy llamamos combustión humana espontánea o CHE. A pesar de los casos existentes, bien documentados y con testigos fiables, no es un fenómeno aceptado por toda la comunidad científica, quizás porque no se le ha encontrado una explicación satisfactoria, y sin embargo sabemos lo que es.
Sin embargo sus superiores no le tomaron en serio y el caso fue archivado con la explicación del forense como válida.
Otro caso sorprendente que parece avalar lo anterior es el que le tocó sufrir a un bombero londinense, Jack Stancey, cuando acudió a un aviso en un inmueble abandonado. La casa no tenía señales de daños por fuego, pero cuando Stacey examinó su interior, se encontró el cuerpo en llamas de un vagabundo al que conocía como Bailey. Tenía una hendidura de unos diez centímetros en el abdomen y las llamas salían por ella con fuerza, como en un soplete. Para apagar esta violenta llama, Stacey dirigió el chorro de la manguera al cuerpo del vagabundo, extinguiendo la llama en su origen. No hay duda de que el fuego se inició en el interior del cuerpo. La víctima estaba con sus dientes hundidos en la escalera de madera y fue necesario una palanca para abrir sus mandíbulas. No llegó a saberse la causa real del incendio. En el edificio no había gas ni electricidad, y no se encontraron cerillas. Incluso en el caso de que el vagabundo hubiese dejado caer un cigarrillo encendido sobre sí mismo, se ha demostrado que no habría sido suficiente para producir una llama tan destructora.
Sin embargo, para aquellos que ya se imaginan el horrible sufrimiento de las víctimas quizás tengan alivio, se ha demostrado que la CHE sólo se produce en personas vivas porque inhalaron grandes cantidades de humo, pero afortunadamente las víctimas parecían adormecerse al iniciarse la combustión.
El caso de Jack Angel parece ser una prueba de ello. En 1974, en Georgia, Estados Unidos, Angel se fue a dormir y despertó cuatro días mas tarde con unas quemaduras tan horribles que fue necesario amputarle el antebrazo derecho.
Por otra parte, el pijama y las sábanas de la cama estaban intactos y no sintió ningún dolor hasta varias horas después de haber recuperado la consciencia. Angel no pudo recordar cómo se hizo las lesiones, incluso bajo regresión hipnótica.
Se cree que la CHE puede explicarse también con la teoría del efecto mecha. Esta teoría sostiene que en un cuerpo obeso y vestido con suficientes capas de tejidos inflamables, los vestidos en llamas pueden actuar como mecha externa y la grasa del cuerpo puede arder como una vela. En caso de que el cuerpo esté en contacto continuado con una llama y halle una buena aportación de oxígeno, ni siquiera es necesario que la víctima sea obesa.
En 1982, en Londres, Jeannie Saffin, una mujer disminuída mental, ardió en llamas mientras estaba sentada en una silla de madera en la cocina de su casa. Su padre, que estaba sentado cerca, vio un destello luminoso. Al girarse hacia Jeannie, observó que estaba envuelta en llamas, pero Jeannie no gritaba ni se movía. Su padre la empujó hacia el lavadero y llamó a su yerno, que corrió a la cocina para ver qué pasaba. Pudieron apagar las llamas, pero Jeannie murió más tarde en un hospital. El agente que hacía las averiguaciones no encontró ninguna causa aparente de lo que había pasado y así lo hizo constar. Dijo que los parientes de Jeannie creían que era una víctima de la CHE. El veredicto fue muerte accidental, porque, como dijo más tarde el juez, la CHE no existe y muerte accidental es casi lo mismo que muerte por causas desconocidas.
La combustión humana espontánea es ese tipo de hechos que, hasta que la ciencia no los explica, no existen y por tanto no son causa de nada. De modo que, como en muchos otros asuntos, sólo nos queda rogar que no nos ocurra a nosotros.
La CHE se caracteriza por el extremo calor que genera, de modo que podemos distinguir el fenómeno de un incendio corriente. Normalmente es muy difícil reducir a una persona por completo a cenizas, aunque nos lo propongamos; para ello es necesario mantener la llama durante horas sin parar de echar combustible. De hecho está comprobado que un cadáver mantenido 8 horas en un crematorio a 1100º C aún deja los huesos sin muestras de degradación grave ni quedar reducidos a polvo. En los crematorios ordinarios se alcanzan los 900º C, así que no se reducen completamente a cenizas los cadáveres, quedan los huesos que pasan a un cremoledor que los muele y los deja convertidos en polvo. Siempre, y en todos los casos, las cenizas resultantes son grises, mientras que en la CHE son completamente blancas, lo que demuestra que las temperaturas son mucho mayores, algunos las estiman en 2500º C, lo que es bastante calor si tenemos en cuenta que los incendios que destruyen edificios rara vez superan los 250º C.
En el caso de Leon Eveille, de 40 años, que fue encontrado completamente quemado en el interior de su coche cerrado en Arcis-sur-Aube (Francia) el 17 de junio de 1971. El calor había fundido los cristales del coche. Se calcula que un coche al quemarse alcanza una temperatura aproximada de 700º C, pero que para que se funda el cristal la temperatura tiene que superar los 1000º C.
En 1986, cuando un saludable hombre de 58 años, que irónicamente era un bombero jubilado, ardió hasta morir en su casa de Nueva York. Todo lo que quedó de él fueron algunos huesos y dos kilos de blancas cenizas. Como en muchos de estos casos, nada de la casa resultó afectado, y ni siquiera se encendió una caja de cerillas que tenía cerca.
Otro caso fue el que le tocó al detective John Heymer, agente del Departamento de Investigación Criminal, considerado uno de los mejores investigadores en CHE. Fue requerido a principios de enero de 1980 para investigar un caso en Gwent (Reino Unido).
Cuando entró en el salón de la casa lo primero que le sorprendió fue el calor sofocante y la humedad reinante en la sala, así como el tinte anaranjado de la luz que iluminaba lo que quedaba de Henry Thomas, de 73 años. En la alfombra había un montón de cenizas blancas en el centro, en un extremo yacían un par de pies enfundados en sus medias, y en otro una calavera ennegrecida. La luz de la bombilla desnuda se mezclaba con la del día, pero lo que le daba el tinte anaranjado era la fina capa de carne vaporizada y condensada que lo cubría todo en la habitación. Lo realmente extraño del caso es que la habitación no presentaba apenas señales de incendio, tan sólo parte del sillón en el que se hallaba sentada la víctima y la alfombra bajo la que se hallaban los restos, que tan sólo estaba chamuscada unos pocos centímetros.
Pero ¿cómo puede arder el cuerpo de una persona que contiene 45 litros de agua?. Si Thomas quedó reducido a cenizas por una elevadísima temperatura, ¿cómo no ardieron otros objetos cercanos más inflamables como la alfombra o el sillón? El forense expuso su teoría sobre lo ocurrido: Thomas, que no era fumador, había caído de cabeza por accidente dentro del hogar de carbón y empezó a arder, cayó de espaldas en el sillón que sólo ardió mientras estuvo en contacto con la llama, al poco tiempo el sillón se rompió y dejó caer a Thomas sobre la alfombra hasta que murió. El resto de los objetos no ardieron debido a que la combustión del cuerpo agotó el oxígeno de la sala, no pudiendo entrar más debido a que la puerta estaba sellada con burlete.
Al investigador John Heymer todo eso le pareció falso y expuso su teoría, avalada por años de experiencia en medicina legal. El incendio era un caso claro de CHE; comenzó dentro del cuerpo del fallecido, que empezó a arder en el sillón para luego caer sobre la alfombra para quedar reducido a cenizas por completo. Para el detective la CHE es causada por la reacción entre el hidrógeno y el oxígeno a escala celular dentro del cuerpo de la víctima, y que ésta es la única fuente de calor factible que puede reducir un cuerpo a cenizas.
El resto del mobiliario no ardió porque el primer fogonazo consumió casi todo el oxígeno de la habitación, y como la reacción mencionada no necesita un ambiente con este elemento fue la única que pudo continuar hasta que no quedó mas cuerpo que ardiera.
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