miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA SABANA SANTA

LA SABANA SANTA
 Y
EL SANTO SUDARIO DE TURIN.
LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA FISICA DE CRISTO
 
La imagen del famoso sudario de Turín, ¿fue hecha por el cuerpo de Cristo o no es más que una falsificación de un pintor medieval?. Relatamos aquí la historia de la más controvertida de las reliquias.
Durante las Cruzadas y los años inmediatamente posteriores, los monjes mendicantes recorrían Europa vendiendo objetos que, según decían, provenían de Tierra Santa, supuestas reliquias procedentes de la Iglesia primitiva. Entre las que han quedado registradas figuran los nudillos de San Pedro, las flechas que mataron a San Sebastián, retazos del manto de la Virgen y migas resecas de la última Cena. La misma ubicuidad de algunos de estos objetos convirtió a la Iglesia en un hazmerreír y proporcionó argumentos a Martín Lutero y a Calvino. Se dice que, repartidas por las iglesias de Italia, España y el sur de Francia, aún quedan las suficientes astillas de la Cruz como para formar un bosque bastante grande.
No es raro, pues, que la Iglesia Católica se fuese mostrando desconfiada, si no hostil, ante estos objetos, y a fines del siglo XIX el Vaticano proclamó que ninguna reliquia, «así sea la más sagrada de la cristiandad», podía ser considerada auténtica.
Este escueto edicto fue promulgado para contrarrestar la extraordinaria afirmación, por parte de un científico y agnóstico francés, de que un pedazo de tela conocido como el Santo Sudario de Turín era el genuino sudario de Cristo. Pero la reputación del doctor Yves Delage era tal que la ciencia se hizo cargo del tema donde lo abandonó la superstición, y durante los últimos 80 años se han venido realizando intentos para descubrir el misterio del lienzo, culminando con el Proyecto de Investigación del Sudario de Turín en octubre de 1978.
Durante cinco días la tela sufrió una serie de pruebas exhaustivas en las que unos 40 reputados científicos utilizaron instrumentos propios de la era espacial. Y aunque todavía no se ha publicado un resumen completo de su trabajo, es evidente que el proyecto ha respondido a algunas preguntas, pero ha planteado otras aún más sorprendentes.
El Santo Sudario de Turín es un lienzo rectangular de 4 m de longitud por 1 m de anchura. En su superficie puede apreciarse la impresión amarillento parduzca de un cuerpo humano desnudo y con barba. Unas manchas oscuras, que se consideran de sangre, se superponen a la figura, sobre todo en la cabeza, las muñecas, los pies y el costado izquierdo. En la tela aparecen imágenes de la parte anterior y posterior del cuerpo, articuladas, por así decirlo, en la coronilla, provista de una especie de corona de laurel.
La primera mención probable del sudario tuvo lugar en 1203, cuando el cronista Robert de Clari escribió que el año precedente, durante el saqueo de Constantinopla por los caballeros cristianos, en la cuarta Cruzada, había visto un sydoine (sudario) que llevaba «la figura de Nuestro Señor». Desgraciadamente, decía, había desaparecido en el tumulto.
Unos 150 años después apareció la primera mención fidedigna del actual sudario de Turín, y todo parece indicar que se trataba del que había visto Robert de Clari. La tela estaba en posesión de un caballero con pocos escrúpulos llamado Geoffrey de Charney, señor de la ciudad francesa de Lirey. En 1389 la fama de la reliquia era tal que su propietario decidió exhibirla por dinero, actitud que produjo numerosos celos en la vecindad, ya que en aquella época las reliquias populares escaseaban y los ingresos que podían significar eran considerables. Bien fuera por simples celos, o bien por motivos honorables, el obispo de Troyes se quejó al papa Clemente VII de Aviñón del negocio de Charney, y su versión constituyó el punto de partida de la acusación que se ha hecho con más frecuencia al sudario: que era una falsificación, una obra... «astutamente pintada, según declara el artista que lo realizó».
Al parecer, el papa Clemente debió de encontrar algo endeble la argumentación del obispo, pues decidió que el sudario podía ser exhibido como objeto de devoción, aunque no fuera necesariamente una reliquia «auténtica».
Durante más de 60 años el sudario continuó atrayendo peregrinos, hasta que en 1453 la nieta de Geoffrey, Marguerite de Charney, lo cedió -o quizá lo vendió, aunque los motivos no son claros- a Luis I, duque de Saboya. Los De Charney habían expuesto la reliquia en un simple marco, pero su nuevo propietario, por piedad o por exhibicionismo, lo enmarcó en un relicario de plata y construyó un santuario especial -la Sainte Chapelle- en Chambéry, capital del ducado. En 1532 se produjo un incendio casi desastroso en la Sainte Chapelle; el calor fundió el relicario de plata y gotas de metal licuado produjeron quemaduras en la tela, que fue rápidamente mojada para evitar que ardiera. Las quemaduras más importantes fueron hábilmente remendadas, y tanto las zonas chamuscadas como las manchas de agua serían muy útiles durante la investigación de 1978.
En 1578 el sudario hizo su último viaje, a través de los Alpes, en dirección al Piamonte, donde el duque de Saboya de la época había establecido su capital en Turín. La tela fue instalada en la catedral, cerca de los apartamentos reales, y allí ha permanecido desde entonces, salvo un pequeño período durante la última guerra mundial, en que fue guardada en una cámara acorazada. Ahora es propiedad del ex rey Humberto II de Italia, actual duque de Saboya (que vive exiliado en Portugal), y está al cuidado de «su» arzobispo, Anastasio Ballestreno, en la catedral de Turín.
Desde el comienzo de su historia conocida, los observadores notaron que algo, sutil a indefinido, estaba «mal» en la imagen del sudario. El papa Clemente VII de Aviñón, por ejemplo, dijo que si era una falsificación, lejos de haber sido «astutamente pintada» , como afirmaba el obispo de Troyes, estaba bastante mal hecha. Alberto Durero, que la examinó en la Sainte Chapelle a principios del siglo XVI, quedó desconcertado. Intentó dibujarla varias veces, pero sentía que, aunque las proporciones anatómicas eran correctas, el modelo estaba «deformado» de un modo indefinible.
En 1898 el sudario reveló su primer extraño secreto. Durante aquel año fue sacado del relicario de plata para ser exhibido excepcionalmente al público, y un fotógrafo de Turín, Secondo Pia, recibió el encargo de tomarle unas fotografías. Cuando reveló las placas, lo que apareció no fue la extraña y borrosa imagen del sudario, sino los rasgos perfectamente definidos de un hombre: ¡el mismo sudario era un negativo fotográfico!
Las implicaciones del descubrimiento no pasaron inadvertidas al doctor Yves Delage, reputado médico, zoólogo y miembro destacado de la Academia de Ciencias francesa, que se propuso descubrir cómo se había formado la imagen tantos siglos antes de la invención de la fotografía. Pero sus razones no eran desinteresadas, pues el doctor Delage era un agnóstico y militante anticatólico, y no pensaba permitir que la Iglesia atribuyera propiedades sobrenaturales al sudario.
Durante tres años, Delage y un joven y brillante biólogo llamado Paul Joseph Vignon estudiaron la imagen a intentaron reproducirla. En primer lugar contrataron artistas para que copiasen la imagen usando pigmentos medievales, pues suponían que la pintura podía haberse desvanecido de forma que las zonas más oscuras se hubiesen vuelto las más brillantes con el paso del tiempo, produciendo una imagen «negativa». Pero ninguno de los experimentos tuvo éxito.
Posteriormente comenzaron de nuevo las investigaciones partiendo de la base de que la tela había sido el sudario de alguien. El lienzo pertenecía a un tipo de tejido elaborado en Palestina hasta el siglo V de nuestra era. Las ejecuciones por crucifixión fueron prohibidas por los romanos en el siglo IV, de modo que el hombre del sudario había sido crucificado en Palestina antes de esa fecha. Según la tradición bíblica, Cristo había sido enterrado apresuradamente un viernes, para evitar el sábado judío. El cuerpo había sido «ungido», pero no lavado. Durante aquella época, los ungüentos fúnebres más corrientes en Palestina eran la mirra y el áloe. Vignon sabía que el sudor de un cuerpo muerto produce urea que, al descomponerse, despide vapores de amoníaco. Así pues, experimentó con dicho producto y tela «sensibilizada» con mirra y áloe, logrando reproducir manchas parduzcas parecidas a las del sudario.
Para Delage, ésa era la respuesta al enigma de la formación de la imagen. Pero cuando presentó sus descubrimientos a la Academia de Ciencias, en 1902, fue mucho más lejos. Estaba convencido, dijo, de que el sudario era el de Cristo. Por un lado, señaló, existía el relato bíblico de un hombre que había sido crucificado de forma muy poco corriente: además de ser clavado en la cruz, había sido azotado, coronado de espinas y, finalmente, atravesado por una lanza. Por otra parte, allí estaba un trozo de lienzo, probablemente originario de Palestina, que representaba a un hombre que había padecido exactamente la misma clase de tortura y muerte. Delage añadió que su conclusión no afectaba para nada sus puntos de vista antirreligiosos. Consideraba el sudario como una evidencia histórica, señalando que si una prueba de tanto peso se hubiera descubierto en relación con un personaje mitológico como Aquiles, por ejemplo, habría sido aceptada más fácilmente. Tal como estaban las cosas, el aura emocional que rodeaba sus conclusiones sólo oscurecía la realidad científica.
No hay duda de que en esto Delage tenía razón. Los miembros de la Academia, predominantemente católicos, se mostraron nerviosos ante las implicaciones que podían seguirse de sus descubrimientos y los rechazaron, tomando hasta la insólita medida de suprimirlos al negarse a imprimir las pruebas cuidadosamente recogidas en sus notas.
Cuando la Academia de Ciencias rechazó los hallazgos del doctor Yves Delage -quien estaba convencido de que la sábana de Turín era el auténtico sudario de Cristo-, el tema quedó en suspenso durante 30 años. En 1932, otro francés, esta vez un patólogo forense llamado Pierre Barbet, comenzó a estudiar la imagen desde el punto de vista médico, aprovechando un conjunto de fotografías mucho más claras que habían sido tomadas el año anterior.
El primer punto que intrigó al doctor Barbet fue la posición de las heridas causadas por los clavos en las muñecas y no en las palmas de las manos, como se representaba tradicionalmente. Experimentando con cadáveres, descubrió que la carne de las manos no puede soportar el peso de un cuerpo muerto, y menos el de un cuerpo vivo que se contorsiona; la carne se desgarra rápidamente. Como desde el siglo IV de nuestra era no se habían practicado crucifixiones, era lógico que los pintores tradicionales ignorasen el procedimiento; ¿cómo podía, entonces, haberlo sabido un falsificador medieval? Barbet descubrió que la única forma de crucificar un cuerpo era atravesando el radio con los clavos a la altura de la muñeca, como sucedía en el sudario. Además, un clavo colocado así dañaría el nervio mediano, provocando la retracción involuntaria de los pulgares hacia la palma de la mano: otro hecho evidente y poco conocido que aparece en el sudario.
Las «manchas de sangre» que hay alrededor de la herida del costado muestran también rastros de un líquido claro, lo que coincide con la descripción bíblica de la «sangre y el agua» que brotaron del flanco de Cristo. Pero la muerte por crucifixión sobreviene no por la pérdida de sangre, sino a causa de la asfixia y el shock. Debido a la posición estirada del cuerpo, los pulmones quedan comprimidos; la víctima se levanta apoyándose en los clavos que sujetan sus pies y sus muñecas y consigue respirar, aunque a costa de un dolor intensísimo. Cada movimiento va debilitando progresivamente a la víctima, hasta que, finalmente, no puede incorporarse y se ahoga. La sofocación provoca el depósito de mucosidad en la base de los pulmones, y Barbet pudo demostrar que una herida de lanza en el costado de un cuerpo humano atravesaría el extremo del pulmón izquierdo, dejando salir dicho líquido.
El informe del doctor Barbet provocó un renovado interés de los hombres de ciencia por la naturaleza del sudario, y prestigiosos «sindonólogos» -término derivado de la palabra griega que significa sudario- solicitaron un examen científico exhaustivo. Pero hubo que esperar hasta los años 70 para que el ex rey Humberto cediera ante las presiones. Fechar adecuadamente el sudario era una de las tareas prioritarias, pero la forma obvia de hacerlo, usando el proceso del carbono 14, hubiera provocado la destrucción de una parte del sudario, y Humberto se resistió. Sin embargo, en 1973 se invitó a dos reputados científicos europeos para que usaran métodos más ortodoxos. El profesor Max Frei, destacado forense suizo, y el profesor Gilbert Raes, experto en tejidos de la Universidad de Gante (Bélgica), tuvieron acceso al lienzo. Primero informaron que «la imagen es completamente superficial, por cuanto sólo los filamentos superiores de la trama están afectados. No se observa pigmentación ni aun magnificando la imagen».
Frei recogió partículas de polvo para que fueran analizadas en un laboratorio, encontrando 48 tipos diferentes de polen. La identificación de granos de polen, que sobreviven casi indefinidamente aun en las condiciones menos favorables, es uno de los procesos más exactos de la moderna ciencia forense. Como era de esperar, la mayor parte de los granos provenían de Francia y el norte de Italia, pero siete tipos resultaron pertenecer a plantas halófilas (amantes de la sal) que suelen encontrase alrededor del Mar Muerto y en otras zonas de Palestina. Aunque el descubrimiento era ciertamente interesante, no constituía una prueba definitiva del origen del sudario, ya que el polen es trasladado a largas distancias por el viento y podía haber sido transmitido por las ropas de los viajeros, máxime si se tiene en cuenta que, durante los primeros tiempos, el sudario fue exhibido sin protección alguna.
Pero Gilbert Raes recogió una pequeña cantidad de hebras, y las pruebas que consiguió apoyan la tesis. El hilo utilizado en la confección del sudario procedía de una especie de algodón cultivada en Oriente Medio, y había sido tejido en un tipo de trama cruzada, método muy caro comparado con el de la trama lisa normal de Palestina. La hilatura había sido realizada a mano, y hay que tener en cuenta que en Europa se utilizó la rueca desde 1150, aproximadamente. Además, las hebras de hilo habían sido blanqueadas antes de la elaboración del tejido, procedimiento muy arcaico.
En 1974 se produjo el importante descubrimiento de que el sudario constituía un negativo fotográfico. Dos científicos de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, John Jackson y Eric Jumper, examinaron fotografías del sudario con un complejo instrumento: el analizador de imagen VP-8. Usando una computadora en conjunción con el VP-8, lograron construir en cartón laminado un modelo tridimensional del hombre del sudario. Esto convenció a un grupo de científicos de que merecía la pena estudiar a fondo el sudario y, en marzo de 1977, el Proyecto de Investigación del Sudario de Turín logró la autorización del ex rey Humberto para iniciar pruebas «no destructivas».
El 8 de octubre de 1978, después de ser expuesto al público, el sudario fue sacado de su contenedor y trasladado al Palacio Real de Turín, donde fue estudiado por 36 investigadores que habían llevado consigo 72 cajas de equipo ultramoderno. Entre ellos había físicos, bioquímicos, forenses, patólogos, especialistas en microfotografía y -algo incongruente- representantes de la Nuclear Technology Corporation de Estados Unidos.
Tres años después, los descubrimientos del equipo aún no han sido publicados íntegramente, pero, a pesar de la coincidencia de opiniones, el misterio del sudario sigue tan impenetrable como siempre. El único que discrepaba entre los 36 investigadores fue Walter C. McCrone, director de una empresa privada de análisis químicos de Chicago. Precisamente el doctor McCrone fue quien probó que la tinta del mapa «vikingo» de Vinland era de origen medieval, y su opinión sobre el sudario estaba en la misma línea, aunque admitió que no estuvo presente durante la reunión principal en el Palacio Real y trabajó con muestras.
En una serie de conferencias que dio en Gran Bretaña en 1980, el doctor McCrone dijo que sus pruebas microscópicas revelaron manchas de óxido de hierro, un pigmento tradicional. «Pero no puedo revelar cómo se las arregló el artista -dijo-. Creo, que el sudario es una falsificación, pero no puedo probarlo.» Pensaba que una prueba por el método del carbono 14 lo fecharía en el siglo XIV: « .... en esa época las falsificaciones estaban en boga. Creo que el resto del grupo no va a descubrir si el sudario es auténtico o no. Probablemente dirán que la figura es muy similar a una imagen quemada, pero que no pueden distinguirla de ella. Hasta dónde llegarán después, no lo sé» .
Uno de los principales investigadores químicos, Ray Rogers, del National Scientific Laboratory de Los Álamos, descubrió que la imagen consistía en una capa ligera de color amarillento que sólo afectaba a la superficie exterior de las fibras. El color no estaba «difuso, no había penetrado en la tela, no se había corrido hacia los lados ni depositado entre los hilos», como habría sucedido, si se hubiese pintado o frotado con pigmentos. En este punto el incendio de 1532 resultó útil: un calor suficiente para quemar la tela tendría que haber alterado el colorido de cualquier pigmento próximo, pero no sucedió así. El color era uniforme hasta el borde de las zonas chamuscadas. Además, con el agua que se usó para apagar las llamas, la pintura a la aguada o a la tinta se hubiese corrido, pero no fue así. En 1980, Rogers dijo: La mayor parte de nosotros cree que el sudario no ha sido pintado. Salvo una pequeña cantidad de óxido de hierro, no encontramos ningún pigmento. Y no creemos que líquidos ni vapores hayan producido la imagen que estamos viendo.
El especialista en espectroscopia Sam Pellicori, del Santa Bárbara Research Center, decidió examinar la teoría «vaporográfica» de Delage y Vignon, quienes afirmaron que la imagen había sido formada por una reacción química entre el sudor del cuerpo y especias. Pero, como explica Pellicori, en la imagen aparecen también la cara y otras partes del cuerpo que no debieron entrar en contacto con el lienzo.
El proceso de la formación de la imagen en el sudario es incomprensible. La mejor forma de describirlo es como la «ebullición» del material superficial de la parte exterior del tejido. Algunos detalles indican que eso pudo haber sido causado por un violento estallido de energía radiante. Las «manchas de sangre» que aparecen en la imagen fueron estudiadas. La primera y más importante conclusión fue que se habían depositado de forma normal; aparecían como «positivas» en el «negativo» del sudario, y cuando el forro, aplicado a la tela en el siglo XVI, fue descosido, se descubrió que había resultado manchado únicamente en la zona de la «sangre».
El doctor John Heller, del New England Institute, dijo que ninguna de las pruebas había demostrado que las antiguas manchas no eran de sangre, pero que algunas indicaban que podían serlo. Las manchas estaban rodeadas por otras secundarias microscópicas, muy parecidas a las que deja el suero de la sangre. Los rayos ultravioleta hicieron fluorescentes las manchas, y los rayos X revelaron el porcentaje exacto de hierro que correspondía a la sangre. Y lo que es más importante, Heller encontró cristales diminutos entre los hilos de la trama en las zonas manchadas de sangre, y consideró que era hemoglobina «alterada por el tiempo».
La forma y la dirección de las manchas eran «auténticas», como si se tratase de un cuerpo recién crucificado. Las manchas de las heridas de las muñecas, por ejemplo, discurrían por los antebrazos hasta el codo, tal como ocurriría en un cuerpo colgado de una cruz, había regueros de sangre a la altura de la frente y contusiones muy marcadas por pequeños coagulos en el rostro y en el cuerpo. Además, la sangre de la herida del costado se había corrido hasta depositarse en la espalda, por debajo de la cintura... otro detalle auténtico.
Finalmente, toda la superficie del cuerpo estaba cubierta de cicatrices en pares paralelos, probablemente las marcas causadas por dos flageladores que manejaban flagrae romanos, azotes de dos correas con puntas de plomo o hueso.
El color de la imagen estaba distribuido uniformemente, con los contornos más difuminados,cuanto más se consideraba que estaban alejados los miembros de la sábana. Esto era fácilmente apreciable en el rostro,donde faltaba el límite exacto de las órbitas oculares, de la naríz, de las mejillas y del labio inferior. No obstante, las heridas marcaban un contorno bien definido y las manchas de sangre obedecían a la situación cóncava o convexa de las zonas del cuerpo en que se encontraban.
Aquello suponía una oportunidad única pues la imagen que se mostraba en el negativo permitía estudiar detalladamente todas las heridas que se apreciaban en la supuesta representación de la figura de Jesucristo.
Citaremos algunas de ellas, extraídas de los informes médicos, donde se constata esta pormenorización en los detalles:
·         El cartílago de la nariz aparece roto y desviado a la derecha. Podría deberse a una caída, pues se han encontrado restos microscópicos de tierra rica en argonita (mineral muy presente en el terreno de Jerusalén) en esta zona del rostro, además de la rodilla izquierda y en las plantas de los pies.
·         Bajo la región cigomática o malar derecha (el pómulo), aparece una gran contusión. Preguntados eminentes traumatólogos, consideraron que era exactamente igual al efecto que produciría un bastonazo propinado con un palo corto y redondo de unos cinco centímetros de diámetro.
·         En el labio inferior hay llagas contusas iguales a las que produciría un fuerte puñetazo. El arco ciliar (la ceja) derecho está tumefacto, hinchado.
·         Las marcas sangrantes de la corona de espinas muestran más de cincuenta orificios, donde los que presentan mayor flujo sanguíneo se corresponden exactamente con las venas y arterias reales. Venas que pertenecían a un sistema circulatorio totalmente desconocido en la Edad Media.
·         A lo largo de todo el cuerpopueden verse marcas idénticas a las que dejaría el instrumento que utilizaban los romanos para flagelar a un reo, y del que no se tenía conocimiento hasta que fue encontrado en excavaciones arqueológicas contemporáneas, el “Flagrum taxillatum”. Además , se han podido contar más de seiscientas contusiones, y las marcas de los azotes rondan el número de ciento veinte.
·         La herida del costado tiene una forma elíptica del mismo diámetro que una lanza romana, 4.4 x 1.4 cm. Asimismo, fue clavada en el costado derecho, siguiendo la práctica romana de dar ese golpe a un enemigo que protegía su corazón con el escudo que llevaba en la izquierda.
Junto a estas consideraciones , aparecieron otras tan sorprendentes como el descubrimiento del halo de suero alrededor de las heridas y que no podía ser apreciado a simple vista, salvo con la ayuda de un microscopio; o las marcas de los clavos en el carpo y no en las palmas, como siempre se representó,  de aquí podemos deducir que en un primer momento la sangre brotó estando el cuerpo en posición vertical ,suspendido en la cruz y con la cabeza reclinada hacia el lado derecho como constatan las manchas que hacen que en el lóbulo derecho sean más densas, 60 minutos después sería descendido de la cruz e inclinado boca abajo, haciendo que la sangre y el suero pulmonar brotaran nuevamente por la nariz y la boca. La disposición de las manchas de sangre demuestran que el Pañolón de Oviedo se coloco posiblemente a modo de "cono" cubriendo totalmente la cabeza del ajusticiado, siendo compatible con un casco de espinas y coincidiendo con el arco formado por esta y los objetos punzantes que se clavaron en el cuero cabelludo del reo formando múltiples regueros de sangre y orificios en el paño. La persona "portadora" del paño, por los rastros de sangre, era adulto, con larga cabellera y barbado. La boca en el momento de aplicar el paño sobre su cabeza estaba casi cerrada, la nariz aplastada y desviada hacia la derecha ,producto de un golpe o por la presión y torsión del paño inicialmente. La zona suboccipital presenta manchas que se corresponden a heridas punzantes y cabeza, cuello y espalda se hallaban manchados de sangre cuando fue envuelto en el paño.
Todos estos detalles y otros más, mostraban que la persona que aparece reflejada en el sudario fue víctima de un reiterado y duro maltrato, con todo tipo de golpes propinados con los puños y con una vara. Lo que confirmaba el relato de los evangelios, donde se narra del excesivo castigo que le propinaron los romanos a Jesucristo.
 Quedan en pie dos grandes interrogantes acerca del santo sudario de Turín. Primero, si la imagen fue creada por «un violento estallido de energía radiante», ¿qué provocó este estallido?. Y segundo, la pregunta que hizo Yves Delage en 1902 a los miembros de la Academia de Ciencias: «Si no es el sudario de Cristo, ¿de quién es?»
Como ha comentado Kenneth Weaver, editor de la revista científica National Geographic y testigo de las investigaciones: «Eso, afirman tanto los científicos como los teólogos, está y estará siempre fuera del terreno de las pruebas».
Ya lo dijo el sabio que lo importante del viaje no era el destino final, sino el trayecto.
              La Sábana Santa y el Santo Sudario / Galaxia del Libro, S.A./ José Antonio Solís
              Revista Año Cero.
              Revista Evidencias de Fé.

No hay comentarios :

Publicar un comentario