lunes, 23 de octubre de 2017

La leyenda del ahorcado de Toluca.


Sucedió en tiempo coloniales, en la ciudad mexicana de Toluca, en lo que fuera el Virreinato de Nueva España, que una mujer de la aristocracia local, Isabel Hernández, corrió con angustia a presentarse ante su confesor, el padre Benito de Pedrochea, a someterse a confesión y relatar el mal que la aquejaba: a cualquier hora, fuera de día o de noche, la figura de un hombre colgado, pendiendo siniestramente de una soga, se aparecía en una habitación, y quedaba allí por un buen tiempo, aun cuando los gritos o la huida desesperada de la señora trataran de ahuyentarlo.

Al principio, el padre Benito restó importancia al asunto, tranquilizando a Isabel y diciéndole que se trataba seguramente de su imaginación, que ciertamente habría sido algún mal sueño que se repetía. Pero todas las semanas la señora Isabel se apersonaba en la iglesia para contar su infortunio; finalmente el padre Benito se cansó y prometió que concurría a casa de Isabel para hacerle entrar en razón y demostrarle que no tenía nada que temer mientras su alma estuviera libre de pecado.

Fue así que el padre Benito se acercó a la residencia de la señora Isabel Hernández y aguardó a que se produjera el portento. Dieron las doce, el padre estaba a punto de retirarse, cuando, a pesar de su estupefacción, la figura de un hombre ahorcado apareció ante sus ojos, en medio del dormitorio de Isabel. La señora se desmayó; el padre, haciendo uso de toda su presencia de ánimo, increpó a la figura y lo conminó, en nombre de la religión, a que confesara que pretendía.

Con voz doliente, el hombre indicó que sólo hablaría con Isabel. Pese a la contrariedad que esto le provocaría, Isabel fue despertada, y con el auxilio del padre Benito y los aterrorizados criados, dialogó con el fantasma.


El hombre, con voz dolorida pero firme, contó que años atrás había deshonrado a una joven mujer, que ahora vivía encerrada por la vergüenza, prometiéndole matrimonio para que ella se le entregara, cuando en realidad no pensaba hacerlo.

Tras haber cumplido con su objetivo, el hombre huyó del pueblo. Poco después había muerto en un accidente. Desde entonces se hallaba en un lugar lúgubre, sombrío, doloroso (no en el sentido físico) del que sabía que podría salir si obtenía el perdón de la mujer que había perjudicado, que no era sino la hija de una cercana amiga de Isabel. Tal era la razón por la que rogaba que Isabel intercediera y lograra de esa mujer el perdón.

El padre Benito alentó a Isabel a cumplir con el pedido del fantasma; según la interpretación religiosa, ese hombre se hallaba en el purgatorio, e Isabel no podría negarse a llevar a cabo una intercesión de la que bien pudiera necesitar en el futuro. Convencida, Isabel se acercó a casa de su amiga, relató lo sucedido, pero recibió una dura respuesta: la madre de la joven mancillada negaba que su hija pudiera acceder a perdonar a persona tan malvada. Consultada la hija, dudó; finalmente, consintió en perdonarlo, pero confesó que lo haría para que no sufriera penalidades, no le era posible disculparlo de corazón. Isabel regresó presurosa a su casa a comunicar las novedades, pero el fantasma ya se había retirado. Isabel y el padre Benito lo esperaron al otro día, y al siguiente, y al otro, y al otro, pero ya no retornó.

Ignoramos si, enterado de la decisión de la joven, el fantasma había cejado en sus esfuerzos y se había resignado a permanecer en esa zona del bajo astral a perpetuidad, y si sólo la intención de perdonar de la niña bastaba. No lo sabremos ya, a menos que la sombra del ahorcado de Toluca reaparezca para suplicar misericordia algún día.

FUENTE: https://www.aboutespanol.com

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