viernes, 11 de mayo de 2018

Los fantasmas más destacados de la historia del cine.


Las películas de fantasmas son de las que más hacen las delicias de los espectadores aficionados al terror, pero sólo un puñado merece la pena verlas.

Por alguna razón que quizá se nos escape, parece que a la mayoría de los cineastas que se acercan al género les resulta muy complicado realizar una película de terror, ya no de gran calidad, sino sencillamente pulcra. Se pierden por costumbre en los tópicos, la inverosimilitud o la innecesaria truculencia, y esto ocurre muchas veces incluso en ese subgénero temático tan querido y tan sugerente como es el cine de fantasmas.


Los espíritus de la gran pantalla

La primera película de terror de la historia es la inevitablemente tontorrona Le manoir du Diable, rodada en 1896 por ese imaginativo mago que era Georges Méliès, y aunque la trama principal le corresponde al Diablo y a sus prácticas vampíricas, también aparecen cuatro espectros conjurados por el mismo, lo que la convierte, además, en el primer filme de vampiros y de fantasmas. Pero la primera obra sobre estos últimos a la que se suele valorar fue una española dirigida por Edgar Neville en 1944, La torre de los siete jorobados, que adaptaba la novela homónima de Emilio Carrere, que de escalofríos no tiene nada y que hoy se siente de lo más ingenua y envejecida.

Dead of Night es una decente película de cuatro episodios terroríficos y uno cómico, envueltos en una curiosa narración mayor y realizados en 1945 por Alberto Cavalcanti, Charles Crichton, Basil Dearden y Robert Hamer, que adaptan cuentos de escritores como H. G. Wells. Dos de los episodios tratan directamente sobre fantasmas, y en al menos otros dos podría considerarse que interviene algún fenómeno fantasmal. En uno de ellos, por otro lado, nos topamos con el que tal vez sea el primer precedente de los posteriores niños espectrales que nos han dado tan mal rollo en otros filmes; por no hablar, de paso, del episodio centrado en el probable padre de todos los muñecos malvados del celuloide.


Pero no hay que engañarse: los espíritus no han aparecido solamente en el cine de terror, sino también en dramas, simples intrigas y hasta comedias. De hecho, la siguiente película de esta temática que se distinguió fue The Ghost and Mrs. Muir, una simpática comedia dramática rodada por Joseph L. Mankiewicz en 1947 según la novela de R. A. Dick, que era el seudónimo de la escritora irlandesa Josephine Leslie. Y luego llegó el horror elegante y comedido de The Innocents en 1961, que adaptaba una célebre novela de Henry James, The Turn of the Screw, con Jack Clayton a la cabeza, y que introduce el elemento del frío sentido por los personajes cuando un fantasma está presente y el de su posesión de un humano vivo.

La característicamente lenta Kwaidan, de Masaki Kobayashi, se produjo en 1964, otro filme de episodios oscuros, basada en los relatos del griego Lafcadio Hearn y en cuya Mujer de la Nieve se puede ver un precursora de las que pueblan lo que treinta años después se conocería como j-horror, el exitoso nuevo cine de terror japonés. Luego, Kaneto Shindô dirigió Kuroneko en 1968, bastante más dinámica que Kwaidan pues va muy al grano, pero con similar aspecto onírico, el mismo recurso a los juegos de luces y sombras y nuevas mujeres fantasmales, además de un pequeño gran problema de verosimilitud, una desacostumbrada sensualidad en una de sus secuencias y, también, la gelidez espectral.


The Legend of Hell House, con la que John Hough adaptó una novela de Richard Matheson en 1973, se malogra en el desenfreno. Y la ya típica trama de una familia con hijos que se muda a una casa encantada, donde casualmente se experimenta una sensación de frío, tiene su primer ejemplo más recordado en la fallida The Amityville Horror, elaborada por Stuart Rosenberg en 1979, la cual cuenta con otro caso de posesión y un perro que siente el mal espiritual. Se la pega por un mal guion con dos callejones sin salida, y ha generado hasta ahora otras trece películas sobre el caso pretendidamente real, pero fraudulento, que relata, incluyendo un remake de Andrew Douglas igual de olvidable en 2005.

El querido John Carpenter aportó su granito de arena en 1980 con The Fog, que posee un intrigante prólogo, pero resuelta elemental y escasamente desarrollada; y los seres sobrenaturales de su historia son un extraño híbrido entre zombis y aparecidos cuya presencia, de nuevo, hace bajar la temperatura del ambiente. Rupert Wainwright se encargó de un remake en 2005, más desarrollado pero sin explicaciones satisfactorias y puntos que chirrían y se lo cargan.


El mismo año que la original, por otra parte, se estrenaron otras dos películas de fantasmas muy reconocidas: The Changeling, de Peter Medak, otra mudanza con una escalada de tensión de lo minúsculo a lo más desasosegante y un espectro infantil haciendo de las suyas, y sobre todo, The Shining, dirigida por el gran Stanley Kubrick, que adapta la perturbadora novela homónima de Stephen King de forma inolvidable, con escenas de tal intensidad que se le quedan a uno en la retina para siempre y la precisión milimétrica que es propia de este cineasta pero enfocada en el horror más absoluto.

El año 1982 nos trajo Poltergeist, de Tobe Hooper, un filme coguionizado por Steven Spielberg al que se recuerda por las escenas espeluznantes que contiene y algunos personajes icónicos, como la niña Carol Anne, encarnada por Heather O’Rourke, y Tangina Barrons, la anciana vidente con la cara de la peculiar Zelda Rubinstein. Su secuela, Poltergeist 2: The Other Side, realizada por Brian Gibson en 1986, se perdió en el exceso, y el cierre de la trilogía que nos dio Gary Sherman en 1988, Poltergeist 3, es lo suficientemente imaginativa como para lamentar que sea tan subestimada. El remake de Gil Kenan, estrenado en 2015, es inferior pero decoroso, con nuevas bajadas de temperatura en presencia de espíritus, y digamos que resume la trilogía con elementos de las tres películas.


El subgénero fantasmal volvió a la comedia con la añorada Ghostbusters, de Ivan Reitman, en 1984, placentera pero bastante limitada. Tuvo una continuación en 1989, Ghostbusters 2, en la misma línea; la tercera entrega que fué un lamentable regreso donde echaron todo a la basura pero que reformula el mismo planteamiento con la dirección de Paul Feig.

La impostadísima, absurda y poco menos que irritante A Chinese Ghost Story apareció en 1987, cuyas mujeres espectrales recuerdan a las de Kuroneko, y la responsabilidad de su total falta de gracia es, sobre todo, del realizador Ching Siu-tung, que adaptó el relato de Songling Pu de manera muy torpe. Y completamente diferentes son, en ese sentido, dos filmes de 1988: la gamberra e hilarante Scrooged, versión de Richard Donner de A Christmas Carol, la afamada novela que escribió Charles Dickens, y la surrealista Beetlejuice, a cuya oscura y excéntrica naturaleza ya le gustaría regresar hoy a Tim Burtonen donde ya se anuncia próximamente la secuela.


Poca gente sabe que a Ghost, el popular drama romántico de fantasía dirigido por Jerry Zucker en 1990, le salió un remake coreano de Tarô Ohtani en 2010, Gôsuto, como un forúnculo insufrible. Mientras la primera resulta emotiva, graciosa cuando debe y a veces alarmante, la segunda es un tostonazo sentimentaloide que haría perder la paciencia al más curtido espectador.

Quizá el ejemplo más famoso de invocación fantasmal sea Candyman, con la dirección de Bernard Rose en 1992, de la que lo único apreciable es la banda sonora de Philip Glass. Y nada que ver con ella tiene la complaciente Casper, que adaptó en 1995 la serie de cortometrajes de animación protagonizados por el fantasmilla infantil entre 1945 y 1979, con la dirección de Brad Silberling y un divertido cameo del cazafantasmas Ray Stantz, al que interpreta Dan Aykroyd. Y en 1996, unos años antes de saltar a la fama, Peter Jackson rodó The Frighteners, una comedia sobrenatural que acaba en un gozoso espectáculo terrorífico, agraciada con una envidiable tensión ascendente y la inspirada banda sonora de un compositor tan oportuno como Danny Elfman.


1999 fue señalado en cine fantasmal. Se estrenó The Haunting, obra de Jan de Bont que adapta por segunda vez una novela de Shirley Jackson, The Haunting of Hill House, tras la película homónima que Robert Wise rodó en 1963. Ambas, que además recurren al elemento de la frigidez espectral, consiguen producir la inquietud que se requerían, pero sólo los medios con que contó De Bont le permitieron afianzar la idea de la casa como ser viviente e, incluso, cierto saludable surrealismo; si bien la de Wise tiene la valentía, para su época, de introducir el ingrediente de la homosexualidad femenina en la trama. David Koepp, por su parte, hizo algo más que inquietarnos con el frío espiritual en la competente Stir of Echoes, adaptación de otra novela escrita por Richard Matheson.

La sangrienta y algo infravalorada House on Haunted Hill, de William Malone, un remake de aquel patético filme que realizó su tocayo Castle en 1959, justo cuarenta años antes, pese a los toques desagradables y un final que chirría un poco, posee varias secuencias potentes que no se deben ignorar y un matrimonio de anfitriones, interpretados por Famke Janssen y el gran Geoffrey Rush, que son pura dinamita. Contó con una pésima secuela de Víctor García en 2007, Return to House on Haunted Hill. Y Tim Burton que adapta el cuento de Washington Irving sobre el Jinete sin Cabeza en una de sus películas realmente conquistadoras, la oscura, emocionante, despiadada, barroca y entretenidísima Sleepy Hollow.


Pero si hubo ese año alguna que dejara patidifusos a los espectadores del mundo entero, esa fue The Sixth Sense, con la que el nombre de M. Night Shyamalan alcanzó poco menos que la gloria. El filme, de nuevo con la gelidez espectral, hace principal el elemento del niño que interactúa con espíritus, lo que ya habíamos visto en The Ghost and Mrs. Muir, The Innocents, The Amityville Horror, The Shining, Poltergeist y Stir of Echoes, pero aquí ocurre más en la línea del rodado por Kubrick, y el resultado es un minucioso, impasible, estremecedor y finalmente sorpresivo relato de fantasmas que se encuentra entre lo mejorcito del género.

No se puede decir tanto de Ju-on, la segunda película más recordada del nuevo j-horror, que dirigió Takashi Shimizu en 2000 y que, como su remake estadounidense en 2004 del mismo Shimizu, The Grudge, no va a ninguna parte, y su planteamiento es tristemente similar al de Ringu, con una malvada mujer espectral y, no obstante, un niño de adjunto. En 2001, Steve Beck condujo la injustamente denostada Thirteen Ghosts, otro remake homónimo de un humilde y fallido filme que Castle produjo en 1960 y en el que una misma escena muestra el frío por la presencia de un espíritu y unas plantas que se marchitan.


Los otros es, quizá, la mejor obra cinematográfica del género, un gozoso juguetito narrativo levantado por el español Alejandro Amenábar en 2001, con ecos de The Innocents, precisamente varias vueltas de tuerca y una factura delicada, rotunda, hipnótica y, al final, impresionante: funciona como un reloj, y el recuerdo de la experiencia que supone su primer visionado ya no nos abandona jamás por mucho tiempo que transcurra.

El vigoroso Gore Verbinski se ocupó de la adaptación estadounidense de la novela japonesa que dio origen a la fiebre del j-horror, escrita por Kôji Suzuki y ya adaptada en su país por Hideo Nakata en 1998 con Ringu. Y hay que decir que la versión de Verbinski, The Ring, es infinitamente superior en todos los sentidos, hasta el punto de que puede tratarse de la última gran película de terror. Ringu, aceptable pero un tanto frágil, palidece ante la sinfonía opresiva que construye Verbinski, mucho más espeluznante, coherente y detallista, apuntalada por la rica partitura de Hans Zimmer, y que, además, cuenta con otro animal al que le asusta el mal espiritual, un caballo, como en la versión de The Haunting de Wise.


Los japoneses habían vuelto a las villanías de las mujeres fantasmales, y no podían desaprovechar el filón, así que estrenaron a la vez esa exasperante secuela sin pies ni cabeza de Joji Iida que es Rasen, la cual traiciona y destruye la esencia de la original; y en 1999, Nakata quiso arreglar el entuerto con Ringu 2, otro sinsentido que, en cualquier caso, posee la escena más inquietante de la saga japonesa. Ringu 0: Bâsudei, de Norio Tsuruta, llegó en 2000, una precuela innecesaria que se presenta bien pero pierde el rumbo. Luego, el propio Nakata asumió dirigir la secuela estadounidense en 2005, The Ring 2, su mejor aporte a esta historia, inferior a la de Verbinski pero de verdad aterradora. Y este 2016 se estrenará Rings, el tercer filme estadounidense, obra del español F. Javier Gutiérrez.

En 2007, Amenábar apadrinó el debut en el largometraje de Juan Antonio Bayona, El orfanato, una película con los fantasmas infantiles más incómodos de los últimos tiempos, y con alguna escena ingeniosa capaz de destrozarnos los nervios a base de bien. Cosa que no logran ni The Conjuring, el digno filme que James Wan estrenó en 2013 y que hace principal el elemento de los videntes e investigadores que acuden a lugares encantados, como ya habíamos visto en The Haunting, The Legend of Hell House, The Changeling, Poltergeist, Ghostbusters, The Frighteners, Los otros y la misma El orfanato, ni Annabelle, su lánguido e inconsistente spin-off de 2014, realizado por John R. Leonetti.


Pero la secuela, The Conjuring 2: The Enfield Poltergeist, también de Wan en 2016, supera a la anterior y nos atemoriza de veras con muy buenos modos. No así otra bastante reciente, The Other Side of the Door, de Johannes Roberts, que mezcla cierta estética asiática de algunos espectros con una historia de aparecidos de corte clásico y, pese a sus apreciables intenciones y correcto desarrollo, termina cayendo por la pendiente de la truculencia innecesaria y no se recupera en su inteligente golpe final. Como muchas otras que no merece la pena mencionar aquí; baste esta relación de los fantasmas más destacados de la historia del cine.

FUENTE: https://hipertextual.com

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