Entre los secretos y misterios que guardan los túneles del subte, los fantasmas son los protagonistas que viajan y recorren con nosotros las entrañas de la Ciudad.
LA CARTA. Estaba sola en la estación Malabia, subte de la línea B de la Ciudad de Buenos Aires. Miraba los dibujos del andén que tenía enfrente. Un mural oscuro, de criaturas como serpientes, un valle de muerte y una montaña de calaveras y huesos. Siempre me gustó mirar con atención esos 15 metros de pintura subterránea. Al recorrer con la vista el mural, era imposible no terminar en la profundidad del túnel, jugando a mirar hasta dónde se ven las luces. Sólo los primeros tramos están iluminados. Observaba hasta que no había luz y volvía la mirada por las vías del subte, haciendo equilibrio con las pupilas que se ajustaban a la diferente iluminación. La mayoría de los suicidios en la Capital se dan en las vías subterráneas. De éstos, la mitad del total contado eligen las líneas E, D y A; el 50% restante suceden en la línea B. En el 80% de los casos, en la estación Malabia. ¿Por qué? Antiguamente, esta línea sólo llegaba hasta la estación Federico Lacroze. Fue luego de su extensión hasta Juan Manuel de Rosas, que los aspirantes a muertos se empezaron a postular, llamados tal vez por las almas a las que le interrumpieron su descanso. Para empezar la construcción tuvieron que remover cuerpos del cementerio de Chacarita para usar parte del terreno. Los pusieron en fosas comunes, y continuaron la ampliación.
En los talleres de la línea B, se cuenta la historia de la señora. Una mujer que deambula por los baños y otros sectores. Me dijeron los talleristas que, siempre que la ven, alguien aparece muerto: usuarios, compañeros o algún indigente de los que duermen en las inmediaciones de la línea. El dato triste es que a ellos nadie los reclama.
Tuve la oportunidad de hablar con José, un trabajador de las líneas subterráneas. “En más de una ocasión, los subtes deben frenar su recorrido por ver sombras que se cruzan por los túneles. Por precaución, hay que frenar la unidad, pero más de uno sabe que sólo son fantasmas. Ahí empiezan los altavoces mencionando las demoras”. ¿Y esa historia de la señora, qué es?, le pregunto. -“ Eso, historias, que la gente se inventa para no ver la realidad. Se habla de dos mujeres: la novia y la viuda. Son cuentos de los talleristas que van de boca en boca, pero nadie sabe bien si son diferentes o es la misma mujer. Una joven que la obligaron a casarse, cumplió el mandato y después se mató. Como por el año treinta o cuarenta se tiró un viejo de sesenta años, que dicen que tampoco encuentra descanso. El subte era algo muy nuevo en esa época. Yo paso muchas horas acá abajo”. ¿Y usted vio algo, José?, insisto. -“A veces se ven sombras, pero quiero pensar que son ratas. Ratas grandes y gordas, tal vez dos o tres ratas grandes y gordas y nada más. Por las dudas miro fijo a lo lejos, uno no quiere creer, pero que las hay, las hay”. ¿Y él quién es?, pregunté señalando a un tipo que caminaba solo con una linterna hacia la profundidad del túnel. -“Es Alberto, hace treinta años que trabaja acá. Se encarga de recorrer desde las once hasta las cinco de la mañana, los túneles. Está loco el viejo… y le gusta. Él dice que, si lo hace solo, mejor. Nosotros lo gastamos con que va a ver a la novia”. Gracias José, fue muy amable.
Los fantasmas viajan ligero en los 11,8 kilómetros de túnel que la línea B. Tal vez unos nacen para seguir; otros para quedarse en el camino y otros para admirar la aventura a la que nos sometemos voluntariamente todos los días. Esta aventura que hoy me encuentra en la cotidianidad de mi rutina, esperando el demorado subte B.
Julieta Destefani
julidestefani1@gmail.com
EL COMENTARIO DEL EDITOR
Por César Dossi
Una visita al inframundo porteño
Si hablamos de historias de encuentros y desencuentros y crónicas de la vida cotidiana, bien podríamos adosarle al subterráneo de la Ciudad de Buenos Aires los misterios y secretos que guarda y que recorren sus sombrías entrañas.
La primera etapa del proyecto de la línea B, fue inaugurada el 17 de octubre de 1930. Iba desde la avenida Federico Lacroze hasta Callao. Un mes antes, el golpe de Estado derrocaba a Hipólito Yrigoyen, y se hacía paso la década infame. Muchos años más tarde vinieron los cambios en el subte que ya todos conocemos y que despiertan en los pasajeros amores y odios. En voz baja, se cuentan historias y mitos que viajan por los rieles siempre chirriantes. El protagonista de la línea A, la más vieja de Buenos Aires, es “el degollado de la estación Sáenz Peña”, y con el de la línea B, “el fantasma de la viuda” en los Talleres de Rancagua, son los más emparentados con las leyendas urbanas. Después, cada uno descubrirá algunas más entre las sombras místicas.
En octubre, la línea B cumplirá 90 años, con 340.000 usuarios por día, es la que más pasajeros transporta, y allí se reunirán para el festejo todos aquellos espectros que habitan el inframundo porteño.
FUENTE: https://www.clarin.com
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