lunes, 4 de julio de 2016

La leyenda del ventrílocuo


La fecha era febrero de 1920, y en los pueblos del sur había una gran atracción recorriendo cada teatro a la vista, no importaba si era un recinto pequeño o uno imponente, la persona de la que todos hablaban se presentaba igualmente, y no dejaba indiferente a nadie, la actuación que brindaba era impecable, sin embargo, Él como persona era lo bastante excéntrico como para que todos esperaran con ansias el mes de febrero, ya que este era el único mes donde el artista realizaba sus presentaciones.

El hombre en cuestión era McCarthy, un ventrílocuo cuyo acto era simple, pero cautivaba a todo el que lo atestiguaba, el acto era simple porque hacía uso de sólo un personaje durante toda la función: Edgar, un muñeco que representaba a un niño regordete entre los 9 y 10 años de edad, pero con rasgos muy extraños que lo hacían imposible de no mirarle, sus manos demasiado reales, su boca muy expresiva, su estatura muy distinta a la de un muñeco de ventrílocuo habitual, Edgar era más alto y sus ojos, que aunque eran los de un muñeco de madera, reflejaban un vacío que hacía difícil mantenerle una sola mirada sin bajar la vista o dirigirla a otro sitio.

Llegó el 29 de febrero, día de la última función, así que el teatro estaba abarrotado y la gente impaciente por lo que ansiaban presenciar, los rumores corrían por el pueblo como las historias más novedosas y populares, había cientos de ellos alrededor de la figura del ventrílocuo y de su muñeco, McCarthy era tan bueno en lo que hacía, que jamás nadie lo vio mover sus labios en un solo gesto o palabra pronunciada, hecho que desataba las leyendas de que Edgar no era un muñeco normal, y quizá, hasta podía ser un niño real maquillado como muñeco de ventrílocuo, otros rumores hacían referencia a que nadie lo había contratado en los pueblos donde se había presentado antes, decían que tan solo llegó, hizo su presentación y abandonó el pueblo de la misma forma en la que llegó, sin hablar con nadie, sin cobrar y sin pronunciar una sola palabra fuera del escenario; a McCarthy sólo se le escuchaba la voz cuando estaba trabajando, de ahí en más, nunca se supo de alguien que cruzara palabra con el artista.


La gente balbuceaba chismes dentro del teatro y algunos se quejaban con impaciencia, había mucho ruido en el ambiente, ruido que fue silenciado en un solo segundo cuando el reloj marcó las 9 en punto de la noche, momento en que la luz del atiborrado teatro se apagó, dejando mudos a todos los asistentes, no pasaron más que unos segundos cuando la iluminación se centró sobre la tarima principal. McCarthy estaba sentado en un banco de madera, y Edgar estaba reposando sobre su pierna derecha, por el teatro se esparció una sensación de inquietud, misma que en algunos rozaba el escalofrío de un inseguro temor, nadie supo cómo es que el ventrílocuo arribó a la tarima, había gente esperando en las entradas principales y traseras del teatro para ver la llegada del misterioso sujeto, pero nadie lo vio, nadie se topó con él, ni siquiera visualmente, el hombre y su muñeco simplemente... llegaron.

El show comenzó y el escalofrío en la gente se iba difuminando conforme la rutina cómica del artista fluía entre los asientos de ese teatro, la gente reía con tonos que iban en aumento según el muñeco interactuaba con ese extraño sujeto de traje negro que sostenía su espalda, sin embargo, no todos reían en esos asientos, había un hombre ahí que, lejos de reír, parecía temeroso de la figura que atraía a tantas y tantas miradas, este hombre, Harold, era un periodista que había seguido el trayecto recorrido por McCarthy durante éste febrero, fue pueblo tras pueblo en busca de los teatros y esperando a las 9pm para ver si tenía la suerte de que este fuera el sitio elegido por el ventrílocuo esa noche, algunas veces no hubo fortuna, pero mayormente, el periodista había presenciado la actuación más de 3 veces durante ese febrero.

Y su mirada tensa se debía a que observaba cambios significativos en la apariencia física del artista, su rostro a la distancia denotaba ciertos reflejos de deterioro, nadie tenía una fotografía del ventrílocuo, por la calle nunca se le había visto, y las pocas que le habían intentado hacer durante las funciones resultaban como imágenes en blanco, todo el mundo culpaba a las cámaras sobre tal desperfecto y nadie se atrevió a indagar más sobre este asunto, pero este periodista sabía que algo era distinto. McCarthy era un tipo mal encarado y de pinta casi hostil, pero esta noche lucía desaliñado, como enfermo, aun así, ninguna de estas percepciones superaba a una en la mente del periodista, había algo que le era muy familiar en el rostro de McCarthy, era casi como si ya le hubiera visto antes…  fuera de un escenario.


La función continuó su curso, y como había pasado en las ocasiones previas, la gente estaba fascinada con lo que sucedía en el escenario, todo marchaba bien, todo hasta que un grupo de cuatro ebrios, empujados por el alcohol, gritaron improperios tan fuertes que interrumpieron el show. McCarthy se quedó quieto, y con la mirada clavada en la nada, fue Edgar quien giró su cabeza hasta detenerse de frente al grupo de alborotadores, el público hizo silencio al sentir un aire frío que se movía por el recinto, y a la par de los ojos del muñeco. Los ebrios, que habían quedado en silencio también, reaccionaron y volvieron a gritarle al artista reclamos como los que hace la mayoría de los ebrios, sin sentido; un momento después los ojos del muñeco volvieron a centrarse en el resto del público y retomó su rutina, ignorando lo que había pasado.

Pero esto solo provocó más a los ya envalentonados hombres que, sintiéndose ofendidos por la indiferencia del ventrílocuo, sólo atinaron a arrojar al escenario las botellas que los habían embriagado hasta ese punto. Fue una de estas botellas que se rompió a los pies de McCarthy, mojando su traje y los pies del muñeco, lo que causó que la gente sintiera de nuevo este aire frío, pero ahora con una intensidad que no sólo provoco un enmudecimiento total, sino una sensación de inseguridad que reinó en el lugar en tan solo un parpadeo. Edgar giro lentamente sus ojos hasta posarlos nuevamente sobre este descontrolado grupo de hombres, acto seguido, comenzó a mover lentamente su cabeza hasta quedar centrada con su objetivo, pero esta vez el silencio era tal, que se pudo escuchar el crujir de la madera de la que estaba construido el muñeco.

El silencio del momento fue roto por la voz que salió cuando esa boca de madera se abrió y dijo: "El campesino encontró una nueva horda para jugar".
En el ambiente se pudo escuchar el suspiro de la gente, era temor lo que rondaba por el teatro. El muñeco cerró su boca, y ahora fue la voz de McCarthy que, sin separar los labios, asintió: "Si, Edgar".


El ventrílocuo se puso de pie y cerró los ojos, la luz se apagó de nuevo para encenderse un segundo después. McCarthy ya no estaba en el escenario, el temor de la gente se convirtió en miedo, y así como antes trataban de entrar costara lo que costara, ahora era el intento desesperado por salir lo que los hacia tropezarse unos contra otros, atropellándose para llegar a la salida entre gritos y respiraciones agitadas.

El teatro se vació rápidamente, sólo quedaban cinco personas dentro, Harold, que trataba de razonar lo que había pasado con sus, ya de por sí, revueltos pensamientos sobre el ventrílocuo, y los cuatro ebrios que, si no se habían movido de ahí, no era más que por el miedo paralizante que sentían al recordar lo sucedido, y más aún, las palabras dirigidas a ellos por el propio Edgar.
Finalmente abandonaron el recinto, temerosos y lentos hasta que llegaron a la salida, ahí, al encontrarse con la gente que había salido ya del teatro, quisieron aparentar que no había pasado nada, y dándoselas de arrogantes, siguieron su parloteo, cargado de fingidos aires de valentía y maldiciones contra el artista. Se abrieron paso entre la gente y caminaron juntos sin tener claro a dónde se dirigían, sólo querían dejar atrás las miradas de la gente, por un lado, acusadoras por haber causado el final de la presentación, y por otro lado, compadeciéndose del destino de aquellos infelices si el ventrílocuo los volvía a ver.

Caminaron hasta alejarse por completo de la gente, caminaron tanto que estaban ya en los límites del pueblo, una zona solitaria en la que sólo había una construcción a lo lejos, en el límite de la ciudad había una taberna de paso que servía a los viajeros locales y extranjeros. Por ahí caminaban los cuatro tipos, con pasos que intentaban recuperar la confianza que el ventrílocuo y su muñeco les habían hecho perder, esto no les estaba resultando nada sencillo, en el ambiente había algo extraño, se percibía una bruma inusual por aquellos lares y un frío especial, uno de ellos lo calificó, y lo hizo bien; era el mismo frío que se sintió en el teatro cuando Edgar movió sus ojos para encontrarles.


La oscuridad en las noches era la reina de esas épocas, y así fue que en la ausencia de cualquier luz cercana a ellos, que se dio el primer grito entre ellos, caminaban dos adelante y dos atrás, cuando el hombre que venía más atrás, exclamó con miedo y alegó que algo le había rozado la pierna por detrás, los demás estaban demasiado nerviosos como para descalificarlo, y sólo pudieron animarse entre ellos a apresurar el paso para llegar a aquella lejana luz, pero aun no terminaban de pronunciar las palabras, cuando el hombre que venía más al costado de todos gritó con pánico al sentir lo mismo que el otro había dicho, un roce en la pierna lo hizo saltar, le siguió otro más, y otro, hasta que todos habían sentido el escalofrío de un roce rápido, pero penetrante, en aquella época era habitual que los hombres cargaran armas de fuego, y estas hicieron acto de presencia ante el miedo ya generalizado del momento.

Con pistolas en mano los nervios estaban al tope, cualquier movimiento estaba al límite, las armas apuntaban a todos lados sin objetivo definido, pero listas para ser disparadas ante cualquier movimiento raro, pero esos movimientos comenzaron por decenas, roces en las piernas de los cuatro, ramas de árboles que eran estremecidas y susurros en el viento provocaron que el grupo de hombres se deshiciera rompiendo la dirección a la que intentaban llegar. Y así, sin siquiera darse cuenta fueron avanzando hacia un costado del camino principal, una zona donde no se podría decir lo que había, porque ni siquiera se veía nada por tanta bruma que se cargaba pesadamente en el aire, el frío aumento hasta calar en los huesos y el próximo roce al vientre de uno de ellos fue motivo suficiente para que la primer bala fuera disparada.

El proyectil impacto en la pierna de uno de ellos, tirándolo al suelo instantáneamente, los gritos de dolor se confundían con los reclamos hacia el que había disparado, pero no hubo tiempo de más. El viento sopló muy fuerte y los susurros que el viento acarreaba hicieron estremecer a los hombres hasta el punto de la locura, el poco razonamiento que había en ellos se perdió, y las pisadas se convirtieron en una huida desenfrenada por alejarse de esos susurros que, segundo a segundo se aclaraban hasta ser totalmente entendibles… ¡era la voz de Edgar! Y repetía una y otra vez lo mismo que les dijo en el teatro: "El campesino encontró una nueva horda para jugar", "el campesino encontró una nueva horda para jugar", "el campesino encontró una nueva horda para jugar".

Las balas comenzaron a dispararse sin control ni objetivo, el miedo accionaba los gatillos mientras ellos huían dejando atrás al hombre herido, quien intentaba por todos los medios levantarse y escapar, pero le era prácticamente imposible por su maltrecha pierna que sangraba cada vez más. Las balas en los revólveres se terminaron, y fue cuando los hombres buscaban recargar, que apareció un destello frente a ellos, el aire frío del teatro se remarcó hasta concentrarse en ese destello que se desvaneció, dejando frente a sus miradas una figura que reconocían perfectamente: Era McCarthy, cargando en sus brazos a Edgar, quien los miraba fijamente a todos y cada uno de ellos. McCarthy, inexpresivo, inició un paso lento hacia los aterrorizados hombres, su extraño caminar y su pálido e indiferente rostro no hacía más que hacerlos retroceder, tropezándose entre ellos mismos, se echaron atrás hasta que se encontraron con su cruel realidad; a sus espaldas no había más que un altísimo acantilado, y frente a ellos solo estaba McCarthy. No les quedó duda, habían sido llevados a una trampa, tendida por el mismo ventrílocuo.


Pánico fue lo único que pudieron sentir al verse arrinconados, la recarga de las pistolas estaba a medias, el pavor que tenían no los dejaba ni siquiera recargar sus armas debidamente, pero no esperaron a hacerlo bien, apuntaron hacia McCarthy, y jalaron del gatillo tan rápido como les fue posible, el ventrílocuo recibió los impactos directos al pecho... pero no se detenía. Su paso seguía lento pero constante, su rostro no hacia ningún tipo de expresión de dolor, ni de ningún otro sentimiento, sólo les miraba y avanzaba con Edgar en sus brazos, los hombres siguieron disparando al no saber que más hacer, hasta que vaciaron sus armas por completo, incluso el ebrio que había sido herido disparaba desde el suelo, al recargar sus armas de nuevo notaron que el paso del trajeado hombre había disminuido un poco, parecían estarlo deteniendo, hecho que les animo a continuar en su labor, y así, recargaron de nuevo, esta vez más confiados de lograr su objetivo.

Apuntaron de nuevo y dejaron ir cada bala directo al ensangrentado traje del ventrílocuo, sangraba como cualquiera, pero no se detenía a pesar de haber recibido impactos prácticamente en todo el cuerpo, o eso parecía, ya que comenzó a detenerse y mostrarse debilitado, el hombre en el suelo aprovecho esto para apuntar directamente a la cabeza del artista, y presionar el gatillo. Aquel bizarro hombre recibió el impacto debajo del ojo izquierdo, y por fin detuvo su andar, su rostro desfigurado no parecía, aun así, cambiar la expresión, el resto de los hombres siguieron lo hecho por su compañero, y dirigieron sus proyectiles a la cabeza de aquel despojo humano. McCarthy comenzó a ser desfigurado ante los disparos que, uno a uno le iban haciendo mella, hasta que no pudo sostenerse más y cayó lentamente sobre aquel herido en el suelo, al que le fue imposible moverse para evitar el desplome de McCarthy sobre su lastimado cuerpo.

Aquel infeliz gritaba despavorido que le quitaran al ventrílocuo de encima, pero los hombres, agotados por el acto sobrenatural que acababan de presenciar, no podían mover ni un dedo a favor de las peticiones de su compañero, tan sólo se limitaron a caer de rodillas al borde de aquel acantilado en el que estuvieron a punto de caer.

El momento se volvió de calma tensa, a pesar de haber derribado a McCarthy, su cuerpo seguía ahí frente a ellos, el muñeco con la cara en la tierra a un costado, y su amigo debajo pidiendo ser liberado y atendido de su pierna, así que dos de los tres que estaban de rodillas, se pusieron de pie para finalmente ayudar al maltrecho compañero y largarse de ahí sin buscar más explicaciones.

Pero, apenas hicieron el movimiento para dar un paso, y sus rostros volvieron al pánico de hacía unos momentos, y aún peor, los ojos de todos reflejaban horror, verdadero horror al ver que el muñeco apoyaba sus pequeñas manos en la tierra, y se incorporaba lentamente frente a sus aterradas miradas.
Edgar se puso de pie y sonrío para sí mismo, ahí pronuncio una vez más las palabras que llevaron hasta ese punto a los escépticos hombres: "El campesino encontró una nueva horda para jugar".


Esto fue lo último que escucharon los oídos de aquel desahuciado grupo, y lo último que vieron fue a Edgar acercarse con un paso veloz hacia ellos, los dos que estaban de pie, no soportaron más el pánico que corría por sus venas, y en la muestra máxima de desesperación se lanzaron ellos mismos de espaldas al vacío del acantilado, el otro tipo que aún estaba de rodillas, no supo que hacer, realmente su miedo era tanto que había dejado de pensar, solo podía ver al muñeco parado a un lado suyo, y a sus dos amigos cayendo hacia una muerte rápida que él estaba deseando en esos momentos, sin embargo, no era capaz de moverse paralizado totalmente en cuerpo y mente. Edgar miró cómo caían aquellos infelices hasta estrellarse contra las rocas que terminaron con sus vidas, cuando los vio caer, giró sus ojos al hombre que estaba de rodillas, estiró su brazo y poniéndole su pequeña mano en la frente, le sonrío antes de empujarlo y verlo caer hasta impactar al lado de aquellos destrozados cadáveres.

Edgar disfrutó cada segundo que duró la caída y muerte de los desdichados hombres, y entonces se giró; aún estaba el otro tipo, malherido, atrapado debajo del cuerpo de McCarthy, estaba indefenso, no tenía balas, y aunque las tuviera, el miedo lo había sobrepasado hacía tiempo como para intentar defenderse, así que se limitó a seguir con la mirada cada paso que daban los pequeños pies del muñeco, acercándose a él con una calma que solo le hacía desear que terminara con su vida lo antes posible, pero esto no sucedió así...

Edgar puso sus manos en el rostro de aquel hombre, y acercándose hasta que sus ojos quedaron a centímetros, le miró fijamente hasta que un destello salió de sus vacíos ojos, en ese momento, el herido hombre dejó de moverse, relajando sus brazos y dejándolos caer en la tierra. Un segundo después, inhaló violentamente y subió sus manos para finalmente quitarse el cuerpo de McCarthy de encima, se puso de pie como si su pierna no hubiera sido herida jamás, y mirando el cuerpo de aquel desfigurado zombi, le quitó el pañuelo que este cargaba para adornar su traje negro, y volvió la mirada a Edgar. El muñeco alzó los brazos, el "nuevo McCarthy" lo levantó, y sacudiéndole la ropa, comenzó su andar hasta que, metros después, el frío que acompañaba al muñeco los hizo desvanecerse como si nunca hubieran estado ahí.


A la distancia llegó corriendo Harold, el periodista que siguió a los hombres pero los perdió de vista y solo caminó en búsqueda de ellos, vio el cuerpo de McCarthy hecho pedazos en el suelo, el terreno con manchas de sangre por todos lados, y a aquellos pobres muertos al final del acantilado, no sabía que pasaba, pero se concentró en el cuerpo de aquel despojo a sus pies. Su rostro estaba hecho pedazos a causa de las balas, pero en su cuello había una cicatriz que le hizo recordar y confirmar las dudas que tenía mientras veía el rostro del ventrílocuo en cada actuación que presenció, ya no tenía duda al ver esa cicatriz, ese cuerpo era el de un asesino al que habían capturado y sentenciado a morir en uno de los pueblos donde McCarthy se había presentado hacia unos días, él mismo cubrió la nota de su ejecución y fotografío al cadáver para publicarla en el periódico para el que trabajaba.

Su incredulidad estaba doblándose ante las evidencias, ¿McCarthy siempre había usado el cuerpo de un muerto? entonces el verdadero ventrílocuo era... ¿Edgar?

FUENTE: http://ssydd.blogspot.mx/

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