miércoles, 2 de enero de 2019

Las pesadillas del palacio lecumberri.


En 1900 Porfiria Diaz mandó construir el Palacio de Lecumberri, una prisión que funcionó durante 76 años. Mientras que duró funcionando, en numerosas ocasiones levantó polémica, pues, eran muchas las historias que rondaban acerca del mal trato que recibían los presos. Pero no fue hasta después de que cerrara y se convirtiera en un lugar para archivos nacionales, que salió a la luz todo lo que había pasado. Pero lo más impresionante, fueron las historias de fantasmas que comenzaron a aparecer.

Cuando se supo que aquel lugar, que había sido construido para albergar a 800 presos, llegó a tener entre sus paredes hasta 5,000 personas, no resulta tan extraño que las condiciones hubieran sido tan precarias. Se supo que todas las celdas, incluso las de castigo estaban ocupadas en todo momento, por el desabasto de lugares para tantos presos.


Los testimonios de tratos brutales, así como de castigos continuos no se hacían faltar ningún día. Pero a pesar de todo, nada se compara a lo que se encontró cuando se cerró y comenzó la remodelación para convertirlo en lo que es hoy día. Pues en varias de las salidas, se encontraron enterrados restos de personas. Que bien pudieron haber pertenecido a aquellos reos con quienes se sobrepasaron con los castigos y que sabían que nadie reclamaría, aquí fue donde comenzaron a surgir historias de terror reales.

Pero en cuanto historias de terror reales, la historia que resulta más conocida por el pueblo mexicano, sin duda es el Charro Negro, un hombre que se dice se aparece en el auditorio del Palacio y que puedes saber que anda cerca si comienzas a oír gritos, lamentos y ruidos sin procedencia clara.


Sin embargo, existen otras, entre las más escalofriantes está la que vivió un intendente de los archivos. Que cierta noche, mientras limpiaba un pasillo, se topó con un hombre muy demacrado y con uniforme de reo, aunque este se veía muy viejo para la época. El hombre habló con él y le preguntó qué hacía en ese lugar. A lo que el prisionero contestó: otra vez no vino mi Amelia.

El intendente dejó sus cosas para poder acercarse y hablar con él, pero cuando le volvió a dirigir la mirada ya no estaba. Lo cual resultaba imposible, pues el pasillo era muy largo como para haberlo recorrido y desaparecer tan rápido.


Impulsado por la curiosidad, el hombre buscó en los archivos y encontró que en la década de los 40 había habido un hombre llamado Don Jacinto, que los demás reos apodaron el Venado, como burla por el motivo por el que había acabado encerrado ahí. Según se contaba la historia, la esposa de Don Jacinto tenía un amante, y ambos habían decidido que querían estar juntos, pero tenían que quitar a Jacinto de en medio. Así que, idearon un plan.

Jacinto había estado trabajando en una casa de una mujer adinerada como albañil, así que la pareja entró a la casa con las llaves que Jacinto tenía del lugar y mataron a la señora con su martillo. La culpa recayó en él, pero aun así, siempre mantuvo la esperanza de que Amelia, su señora, volviera a visitarlo alguna noche.

FUENTE: https://liveweb.club

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