jueves, 26 de septiembre de 2019

Entes buenos


"Cuando era pequeña, tendría más o menos 6 o 7 años, fui con mi madre a visitar a una tía suya. Estaba aburrida como cualquier niña visitando a gente mayor, así que decidí ir a la segunda planta por mi cuenta y jugar por allí. Subí y me encontré ese gran balcón, con altas puertas corredizas de vidrio, y unas cortinas flotantes y frágiles sobre ellas. Decidí que sería divertido girar debajo de ellas, y luego caminar para que recorrieran mi cara como un velo. Cosas de niños pequeños. El problema era que esas cortinas estaban pegadas a las escaleras y no había barandilla. No había nada que hacer, una dura caída por esas escaleras hubiera sido más que doloroso, pero no pensé en ello mientras jugaba.

Comencé a girar de nuevo bajo las cortinas, sin poder ver nada y empecé a andar. Entonces sentí una mano que me agarraba la parte de atrás de la camiseta, lo suficientemente fuerte para que yo dejase de caminar, de repente sentí otra mano muy diferente a la otra que tiraba hacia atrás de la cortina que tenía puesta sobre la cara, dejando ver que yo estaba justo en el borde de las escaleras, a punto de caer.

Cuando me giré, pensando en que había sido mi madre o su tía las que me habían agarrado, vi que estaba yo sola en aquella habitación, que no había nadie, nada. Así que me asusté tanto que bajé las escaleras gritando. Fue entonces cuando la tía de mi madre decidió contarme que hacía unos 80 años, una mujer, a pocos días de su boda, perdió la vida en el segundo piso. Nunca le hacía daño a nadie, pero a veces la veían junto a la ventana mirando hacia fuera, o paseando por la planta de arriba. La verdad que le doy las gracias por ayudarme y no dejar que me rompiese la cabeza por las escaleras, pero recuerdo que siendo una niña me asusté mucho".


"Mi bisabuela murió cuando yo tenía 7 años. Nos llevábamos genial y nos queríamos muchísimo, además vivíamos muy cerca. Siempre olía a jabón perfumado de limón y era mi olor favorito. Cuando murió me costó conciliar el sueño durante una temporada y mi padre me cantaba para consolarme y dormir. Una noche olí algo de limón y me quedé dormida. No lo había vuelto a sentir desde hacía ya un año, cuando ella falleció. Sentía una mano en mi espalda que me tranquilizaba y el olor volvía cada noche para calmarme. Resultó que mi padre puso en el respiradero una barra de jabón igual que la tenía mi bisabuela, aunque no me lo contó hasta mucho tiempo después. También le conté lo de la mano en mi espalda y él me confesó que mi tatarabuela solía hacer lo mismo por él hasta que lograba dormirse. No sé quien era, si mi bisabuela o tatarabuela, pero lo sentía cada noche y me ayudaba a descansar".


"La abuela de unos amigos estaba de viaje y nos pidió que comprobáramos cómo estaba su perro. Un supuesto pastor alemán cariñoso que saltaría de alegría al vernos llegar. Fuimos hacia allí y para nuestra sorpresa no había ningún perro que acudiese a la puerta. No creímos que fuera raro y empezamos a buscarlo. Comenzamos a llamarlo, escuchando pasos corriendo por las escaleras. Pensamos que algún familiar podría estar allí y llamamos a la dueña para asegurarnos, pero ella afirmaba que no era posible. Escuchamos más pasos, esta vez subiendo por las escaleras y sugerí llamar a la policía por si estuvieran robando, pero mi amigo me dijo que primero debíamos comprobarlo.

Mientras íbamos hacia las escaleras, escuchamos una especie de campana, y mi amigo me explicó que el perro tenía una y que probablemente fuese él. Teníamos miedo pero acabamos subiendo a la segunda planta. Allí encontramos a Jake, el perro, que estaba temblando y muerto de miedo. No conseguimos que se moviese, él solo miraba a las escaleras. Buscamos por toda la casa y no había nada ni nadie. La abuela de mi amigo asegura que aquel día era su marido fallecido y que lo escucha muchos días caminar por la casa".

FUENTE: https://www.elconfidencial.com

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