¿Quién inventa las leyendas urbanas?
Las leyendas urbanas están presentes en el imaginario actual.
Este es uno de los misterios más deliciosos de la cultura popular. Nada más apasionante que escuchar un buen relato de esos que a uno lo escarapelan sin pensar siquiera en lo delirante que pueda ser.
El origen del término es puramente comercial. Esta fue la acepción que escogieron los editores de Jan Harold Brunvand para designar al folclore contemporáneo. Las historias en cuestión reciben diversas denominaciones por parte de quienes las usan y difunden: en Cuba, por ejemplo, se les conoce como bolas o cuentos de camino. En Colombia se les llama simplemente cuentos. Entre los mismos estudiosos, no falta quien prefiere catalogarlas como leyendas a secas, considerando que su función sigue siendo la propia de este género.
Según una leyenda urbana el del taxista que recoge un fantasma.-disponible en innumerables versiones según la ciudad donde sea narrada-, cierta vez un taxista recorría la ciudad en una noche solitaria, sin pasajeros, hasta que a la vera del camino divisó a una muchacha dispuesta a tomar carrera. La recogió y durante el trayecto conversó con ella (algunos dicen que hasta la besó y luego alguito más) hasta que la dejó en casa. Cuando terminó su jornada, el taxista notó que la muchacha había olvidado su casaca o su saco o tal vez su chalina. Al día siguiente se dirigió con la prenda a la dirección donde había dejado a su agradable pasajera. La persona que abrió la puerta lo desubicó: la hija o hermana o nieta del caso, propietaria de la ropa olvidada, había muerto hacía dos años o más. Pues bien, esa historia tiene versiones desde Arequipa, en el sur peruano, hasta El Salvador, en Centroamérica.
“Las leyendas urbanas son historias demasiado buenas para ser verdad”, dice Jan Harold Brunvand, especialista en folclore de la Universidad de Utah. “Esas fábulas populares describen acontecimientos presuntamente reales (si bien raros) que le han pasado a un amigo de un amigo. Y generalmente las cuenta una persona fiable que las relata en un estilo creíble, porque realmente se las cree”. Bunvrand ha pasado más de veinte años recopilando historias extraordinarias que nutren sus seis libros sobre leyendas urbanas. Según su experiencia, es prácticamente imposible rastrear el origen de una leyenda urbana. Es más, ni siquiera es posible decir quién inventó el término leyenda urbana. Y sin embargo, esos obstáculos no restan el peso de semejante manifestación popular.
“No es la realidad o la ficción lo que define a una leyenda urbana –precisa Brunvand-. Al igual que todo el folclore (y estas historias son, sin lugar a dudas, parte de nuestro folclore moderno), las cualidades que la definen son la transmisión oral y sus variaciones. A medida que las historias tradicionales van repitiéndose de una persona a otra, o, incluso, hasta cierto punto, por medios impresos, cambian constantemente en detalles nimios, pero mantienen su núcleo narrativo esencial”.
Un ejemplo fue extraído por la narradora Alma Guillermoprieto precisamente de un diario mexicano. Según relata la autora, cierto día la publicación "anunció en primera página que había aparecido una "rata mutante gigante" flotando en un canal de aguas negras. Según el artículo, la rata tenía el tamaño de un Volkswagen, y en la foto adjunta se podía verificar la descripción al pie del grabado, según la cual la bestia tenía "cara de oso, manos de hombre y cola de rata". A los dos días un periódico matutino explicó que en realidad se trataba del cadáver de un león, propiedad de un circo ambulante de mala muerte. El anciano felino finalmente había muerto, pero antes de arrojar su cadáver al canal de desagüe, sus dueños decidieron desollarlo, por si la piel resultaba vendible”.
El más recurrente es el que atribuye una maldición al segundo piso de la llamada Casa Matusita. Durante años se tomó por cierta la leyenda de que allí ocurrían fenómenos paranormales terroríficos. La historia incluso floreció y un ramal del episodio aseguraba que cierto sacerdote que trató de bendecir el lugar terminó por perder la razón debido a quién sabe qué visiones. Lo más delirante es que, años después, tras la mudanza de la hasta entonces vecina embajada de Estados Unidos, la leyenda sufrió una transformación y se empezó a decir que el piso nunca estuvo embrujado, sino que había sido tachado con esa fama por los agentes de la sede diplomática, para asegurarse de que nadie fuera a alquilar o comprar un sitio estratégicamente ubicado frente a su local. Como indica el citado Jan Harold Brunvand en el libro Tened miedo…mucho miedo: “las leyendas urbanas no necesitan ser lógicas para ser espeluznantes”.
VISITA:http://blogs.elcomercio.com.pe/elclubdeloinsolito/2008/
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